—¿Quieres que te ayude a ponértela?
Regina se asustó y lo rechazó.
—¡No!
Al ver su reacción tan intensa, Gabriel le sujetó el mentón y volvió a besarla. Él siempre se mostraba imponente y dominante en esas situaciones, sin dejar espacio para negociar. Aunque ella se negara, siempre encontraba la manera de que cediera.
Agotada por su insistencia y ansiosa por poder descansar, no tuvo más remedio que complacerlo.
***
A la mañana siguiente, Regina pasó un buen rato en el baño hasta que consiguió disimular a duras penas las marcas que tenía en el cuello. Salió de la habitación molesta.
Ese día, Gabriel no había tenido tiempo de pedir el desayuno, pues ambos se habían quedado dormidos hasta las siete de la mañana. Él acababa de regresar a la habitación después de ducharse.
—¿Comemos fuera?
—Quedé de desayunar con Verónica. Con que me dejes allá es suficiente.
En realidad, no había quedado con nadie, pero sabía a qué hora entraba a trabajar Gabriel, y si la acompañaba a desayunar, llegaría t