Al día siguiente, se despertaron juntos y Regina estaba de un humor excelente.
Sobre todo cuando vio la foto en su protector de pantalla, su sonrisa se hizo aún más grande y no dejó de mirar el celular durante todo el trayecto en el carro.
Gabriel la observó de reojo varias veces y la vio, absorta en el celular, riéndose sola con una alegría inocente.
No entendía qué le encontraba de especial. Al final, era solo una foto. Si lo tenía a él en persona a su lado, ¿para qué mirar una imagen?
Sin embargo, al verla reír de esa forma, su propio humor mejoró mucho. Una calidez enternecida suavizó su expresión y una sonrisa se dibujó en sus labios sin que se diera cuenta.
El carro se detuvo en la entrada número dos de Plaza Dorada.
Guardó el celular en su bolso y, justo cuando iba a abrir la puerta, pareció recordar algo. Se giró y le dio un beso rápido en los labios.
—Mi amor, te veo al rato.
Él sonrió y le acarició el cabello.
—Claro que sí.
Ella bajó del carro, radiante. Él no arrancó hasta