—Todavía tengo tiempo, puedo llevarte.
Regina no se negó de nuevo.
***
Al entrar a la mansión de los Morales, Regina vio a Arturo jugando ajedrez con su hijo. A su lado, Mariana Campos los observaba con una ternura desbordante, dándole fruta al niño de vez en cuando o sirviéndole café a su esposo. Formaban un cuadro de perfecta armonía familiar.
No dio un paso más.
Fue doña Elvira quien la vio primero.
—¡Señorita, ya regresó!
Al escuchar la voz, Arturo levantó la vista. La sonrisa se desvaneció de su cara en cuanto reconoció a su hija.
—Llegaste.
A Mariana no le agradaba en absoluto ver a Regina, pero por consideración a su esposo, la saludó con amabilidad forzada.
—Regina, qué bueno que volviste.
Luego, le dio un empujoncito a su hijo.
—Saluda a tu hermana, anda, que ya llegó.
Carlos Morales levantó la vista hacia Regina y frunció los labios con fastidio.
—Yo ni la conozco, ¿por qué dices que es mi hermana? Mi única hermana está en Estados Unidos.
—¡Ay, este niño!
Mariana, muy incómod