Poco después de recibir la llamada, Sebastián y Andrés llegaron, uno tras otro.
Apenas se sentó, Andrés empezó a bromear:
—Qué curioso. Cuando andabas soltero, cuando mucho te veíamos un par de veces al mes. Ahora que te casaste, nos vemos más seguido. Se ve que tu matrimonio no va tan bien.
Gabriel le lanzó una mirada fastidiada.
—¿Siempre tienes que ser así de hocicón? No se te quita lo entrometido.
—...
Andrés se volteó hacia Sebastián.
—¿Ves? Te dije. Seguro se peleó con su esposita y nos llamó nada más para desquitarse con nosotros. ¡Qué mala onda!
La expresión de Gabriel se tornó seria.
—Si no quieres jugar, lárgate.
—Ya que estoy aquí, claro que voy a jugar.
Andrés siguió hablando mientras barajaba las cartas.
—Para ser honesto, sigo sin entender. Me acuerdo perfecto de cómo era Regina... digamos que no era precisamente un encanto. Se la pasaba molestando a Mónica, y una vez hasta te mordió cuando la defendiste. Se supone que no la soportabas, ¿no? ¿Cómo es que ahora no solo est