Hubo un silencio de dos segundos al otro lado de la línea.
—Me duele un poco el estómago, ¿me traes la medicina que está afuera?
—¿Estás en tu cuarto?
—Sí.
—Ahorita te la llevo.
Regina sabía dónde guardaba Gabriel las medicinas para el estómago. Tomó una pastilla, sirvió un vaso de agua tibia y caminó hacia la habitación de él. Tocó la puerta antes de girar la perilla.
Él estaba sentado al borde de la cama, vestido con una bata de baño negra. Tenía un documento en las manos y lo leía con total concentración.
También se había lavado el cabello. Aunque ya no goteaba, los mechones húmedos que le caían sobre la frente hacían que el hombre, de por sí profesional y serio, se viera aún más atractivo, con un autocontrol que resultaba extrañamente seductor.
Era la primera vez que lo veía así y su corazón, traicionándola, comenzó a latir más rápido.
—¿Qué haces ahí parada?
Gabriel levantó la vista hacia ella.
Regina entró de prisa y dejó la pastilla y el vaso sobre el buró. Fue entonces cuando n