El día antes de su viaje, Gabriel la llamó para invitarla a cenar. Regina aceptó.
Fueron a un restaurante de comida japonesa y, como todavía era temprano al terminar, ella le sugirió dar un paseo por un parque cercano. Gabriel aceptó con agrado.
A esa hora, el parque estaba lleno de gente que caminaba para bajar la cena. La mayoría eran parejas, tanto jóvenes como mayores, que iban de la mano o del brazo. Se notaba el cariño entre ellos.
Regina y Gabriel caminaban con un poco de distancia entre ellos. Aunque físicamente hacían una pareja atractiva, su falta de cercanía era clara.
Después de un rato, rodeada de las risas y conversaciones alegres de los demás, Regina se detuvo.
—Ya vámonos.
Gabriel solo emitió un murmullo de afirmación.
De regreso, ella iba recargada en el respaldo del asiento, con la cabeza ladeada, observando en silencio el paisaje pasar por la ventanilla. Justo cuando faltaba un semáforo para llegar a su residencial, habló.
—Hoy le llamé a doña Rosa. Seguirá viniendo