A Regina le tembló la mano y el aplicador de polvos rozó los labios de Sebastián.
—Perdón.
Tomó una toallita húmeda para limpiarlo, pero él le sujetó la mano con fuerza.
—Todavía no me has contestado.
Ella intentó retirar la mano, pero él no la soltó, obligándola a mirarlo.
—Tengo novio.
—Ya lo sé.
Ella se molestó.
—Entonces, ¿por qué no me sueltas?
—Solo tienes novio, no estás casada. ¿Por qué no pruebas conmigo?
Era una declaración en toda regla. Le estaba diciendo, sin rodeos, que quería algo con ella.
Regina había creído que, si evitaba verlo, esa barrera invisible entre ellos se mantendría intacta y se ahorrarían la incomodidad.
Jamás se imaginó que él se le declararía tan pronto.
Pero ella ya estaba casada. Tenía esposo.
Regina solo pudo adoptar una expresión indiferente y responder:
—Mi novio y yo estamos muy bien.
—Sales con él y crees que es bueno. Si sales conmigo, también pensarás que soy bueno. Regi, te juro que yo sería mucho mejor novio que él. ¿No puedes darme una oportu