En la Clínica Uno, Gabriel estaba revisando los resultados de un paciente.
De pronto, Jimena irrumpió en el consultorio. La enfermera venía detrás de ella, tratando de detenerla.
—Señorita, por favor. El doctor Solís está con un paciente, todavía no termina. No puede entrar así, tiene que esperar su turno.
Con lágrimas en los ojos, ella se acercó al escritorio de Gabriel, sin importarle que alguien pudiera reconocerla.
—¿Te casaste con ella? —preguntó con la voz entrecortada.
Gabriel sabía a quién se refería. Con un tono cortante, respondió:
—Ahora estoy con un paciente. Por favor, salte.
—Dime que no es verdad, que no te casaste con ella. ¡No puedes haberte casado con ella!
—¿Qué haces ahí parada? —le dijo Gabriel a la enfermera.
La enfermera entró para pedirle a Jimena que se retirara.
Pero ella se plantó en medio del consultorio, decidida a no moverse hasta obtener una respuesta.
—No tengo por qué darte explicaciones de mi vida.
No lo negó.
La última pizca de esperanza en el corazón