El silencio pesado, lleno de cenizas, de recuerdos, de nombres que ya no estarían se mantenía en el campo de batalla. Durante días, el aire había olido a hierro y a humo, pero ahora, poco a poco, la vida regresaba a la tierra manchada de sangre.
Lyra caminaba despacio entre el bosque donde había sido el campo de batalla. El pasto estaba quemado en varias zonas, y aún se veían manchas oscuras donde los cuerpos habían sido recogidos. El viento movía suavemente su cabello, y aunque la victoria les pertenecía, su corazón no podía celebrarlo por completo. Habían ganado, sí, pero a un precio demasiado alto.
Detrás de ella, Ragnar avanzaba con paso firme, aunque todavía llevaba el vendaje en el costado. Su herida sanaba con lentitud, pero él no se quejaba. Cada vez que lo miraba, Lyra sentía cómo la vida misma se aferraba a ella; él había caído por protegerla, y ahora lo único que quería era asegurarse de que jamás volviera a hacerlo solo.
—Sigues inquieta —murmuró Ragnar, acercándose a su la