El tiempo pasó más rápido de lo que Lyra hubiera deseado.
El sol apenas comenzaba a despuntar cuando las puertas de la habitación se abrieron con un suave golpe y Alona apareció, radiante. Llevaba un vestido largo azul pálido que resaltaba sus ojos y el cabello trenzado en una corona delicada. Detrás de ella venía un hombre alto, moreno, con una sonrisa cálida, y dos pequeños: un niño de unos siete años y una niña más pequeña que se aferraba al borde de su vestido.
—Lyra, quiero presentarte a mi familia —dijo Alona, con orgullo.
—Este es Max, mi compañero, y estos dos terremotos son Ian y Amelie.
Lyra les dedicó una sonrisa nerviosa mientras saludaba.
—Es un gusto conocerlos —sonrió.
—Nosotros ya te conocemos —dijo Ian, con una risita—. Mamá habla de ti todo el tiempo.
—¡Ian! —Alona le revolvió el cabello entre risas.
Max se acercó para estrecharle la mano a Lyra.
—Gracias por cuidar a mi esposa en la clínica. Y felicidades por hoy. Serás una gran Luna.
Después de algunos minutos com