Carlos

Todavía no amanecía, pero dormir era imposible. Mi licán no dejaba de dar vueltas, repitiendo la pelea con Iris bajo la lluvia; su cabello plateado pegado a la piel, esa mirada desafiante en sus ojos violetas, y su olor... madreselva, lluvia y algo más, algo antiguo que despertaba lo más primitivo en mí.

—Ella —gruñó Azazel—. Tenemos que protegerla.

Pero ¿cómo se protege a alguien que siente que la seguridad es una jaula?

—Luces terrible —Gerard entró sin tocar, dejando un montón de informes sobre mi escritorio.

Le eché una mirada.

—La puntualidad tuya, como siempre, es bastante impresionante.

—Esto te interesa —su expresión se volvió seria—. Atacaron a la Manada Luna Azul anoche y se llevaron a tres omegas.

De lo sorprendido que quedé, partí el brazo del sillón. —¿Se los llevaron? ¿No los mataron?

—No encontraron sus cuerpos. Los sobrevivientes dicen que los lobos mutantes parecían… selectivos, ignoraron a los más fuertes y fueron directo por los Omegas.

Muchas cosas me cruzaro