Iris
El área de sanación se había vuelto mi refugio en los últimos días. Ahí, entre hierbas y vendas, casi podía olvidar que era una Omega sin lobo viviendo en el territorio del Rey Licán, casi podía ignorar que mi piel se erizaba cada vez que él se me acercaba.
La fiebre de Caín por fin había bajado esa mañana, y sus heridas estaban sanando. Yo estaba organizando hierbas frescas cuando ese olor a pino y viento frío me envolvió, provocando que mis manos temblaran.
—¿Cómo sigue? —la voz profunda de Carlos me hizo apretar los labios.
—Mejor —no lo miré, fingí estar muy concentrada en las hojas de milenrama—. El ungüento con hoja de plata funcionó.
—Te debemos dar las gracias.
Algo en su tono me hizo alzar la mirada. Fue una mala idea; sus ojos gris acero me atraparon y, por un momento, se me olvidó respirar. La luz de la mañana iluminaba la cicatriz en su mandíbula, y mis dedos recordaban el momento en que lo toqué en mi cabaña, cuando todavía pensaba que solo era un pobre lobo herido.
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