Lo sigo hasta la villa y me lo encuentro de pie en medio de la habitación. Me acerco a él en silencio, pero no se sorprende cuando lo tomo de la mano. Sabía que andaba cerca, siempre lo sabe.
Lo guío hasta el dormitorio y empiezo a desabrocharle la camisa. No hay ninguna tensión sexual entre nosotros, ni respiraciones agitadas y desesperadas. Sólo estoy cuidando de él.
Tiene la cabeza gacha, está totalmente abatido, pero deja que lo desvista hasta que se encuentra frente a mí completamente desnudo y callado. Lo dirijo hasta la cama, pero él permanece firme y me pone de espaldas a él.
Empieza a bajarme la cremallera del vestido, me alienta a levantar los brazos y me lo quita por la cabeza. Dejo que haga lo que quiera, cualquier cosa con tal de que salga de este estado melancólico, de modo que permanezco de pie y en silencio mientras me desabrocha el sujetador y se arrodilla para bajarme las bragas.
Me levanta y enrosco las piernas alrededor de sus caderas. Se acomoda en la cama con la