Entonces avanza y la inmensa presión que siento me hace echarme hacia adelante impulsivamente. Una de sus manos me agarra de los hombros y me obliga a permanecer donde estoy; la otra continúa guiándolo hacia mi interior. La presión aumenta cada vez más y yo no dejo de temblar.
—Eso es, Addison. Ya casi está.
Su voz es irregular y forzada. Noto el sudor de su mano sobre mi hombro cuando flexiona los dedos. Y entonces embiste hacia adelante con un gruñido ahogado, atraviesa mis músculos y se desliza hasta el fondo de mi lugar prohibido.
—¡Mierda! —grito. ¡Eso duele, joder!
—¡Dios, qué apretada estás! —resuella—. Deja de resistirte, Addison. ¡Relájate!
Yo jadeo mientras me sumerjo en algún punto entre el dolor y el placer. La plenitud que siento es indescriptible, el dolor es intenso, pero el placer..., no hay palabras para describir el placer, y esto no me lo esperaba.
La opresión de mis músculos a su alrededor hace que sienta cada vena palpitante y cada sacudida de su ere