¡Sigo sin comprenderte, loco!
Me baja la cremallera de los pantalones y los arrastra por mis muslos. Me alza para quitármelos del todo y me deja de pie, en ropa interior, delante de él. Se levanta, da un paso atrás y me mira mientras se quita los zapatos y los vaqueros y los tira a un lado de un puntapié.
Se le ha puesto dura otra vez. Recorro su maravilloso cuerpo con expresión agradecida y termino la inspección en sus brillantes estanques oscuros. Es como un experimento científico perfecto: la obra maestra de Dios, mi obra maestra. Quiero que sea sólo mío.
Alarga la mano y me baja las copas del sujetador, una detrás de la otra. Con el dorso de la mano, me roza los pezones, que se endurecen aún más. Tengo la respiración entrecortada cuando me mira.
—Me vuelves loco —dice con rostro inexpresivo. Quiero gritarle por ser tan insensible. No deja de repetirme lo mismo una y otra vez.
—No, tú sí que me vuelves loca. —Mi voz es apenas un susurro. Mentalmente, le suplico que a