Capítulo 100

Se le iluminan los ojos y me lanza una sonrisa arrebatadora.

—Está un poco fría —me avisa, y traza un sendero recto y descendente por el centro de mi cuerpo. Doy un respingo ante la frialdad inicial de la nata, que me cubre desde el cuello hasta donde comienza la pelvis. Sonríe y echa un poco más justo allí. Miro el largo sendero de bolitas blancas y siento que los pezones se me endurecen ante la proximidad del frío. Da un paso atrás y sus ojos bailan de felicidad.

—Un poco típico, ¿no? —Miro su rostro satisfecho.

Se echa un poco más de nata en la boca.

—Los clásicos son los mejores.

Vuelve a marcharse. ¿Adónde va? Sigo sentada en la barra de desayuno cubierta de nata y lo veo rebuscar por los armarios de la cocina.

—Aquí está —sentencia.

¿Aquí está qué? Abre un cajón, saca una espátula y vuelve a mi lado dando golpecitos maliciosos a un tarro de crema de cacao. Se coloca otra vez entre mis piernas, desenrosca la tapadera y la tira sobre la bancada de mármol.

Arqueo
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