—Date la vuelta —ordena.
¡Allá vamos! Un millón de fuegos artificiales entran en combustión en mi interior cuando obedezco su orden. Me doy la vuelta, con la libido gritando y un cosquilleo en la piel. La sensación de sus manos cálidas sobre mis hombros me hace apretar los dientes y me acelera la respiración. Toma la cremallera del vestido y la baja muy despacio, deslizando las manos por mi cuerpo en su descenso. Se arrodilla para terminar. Me da un golpecito en el tobillo y levanto los pies por turnos para salir de la maraña de seda. Me vuelvo y miro hacia abajo para verlo arrodillado delante de mí.
Me devuelve la mirada, se levanta despacio y frota la nariz entre mis pechos mientras asciende hacia mi garganta. Me huele el cuello. ¡Sí! Estoy suplicando por él mentalmente, como siempre.
Me succiona con los labios y me mordisquea y lame la delicada piel, que arde en deseos de que me toque. Quiero tocarlo, pero sé que es él quien pone las condiciones.
—¿Quieres que te coma,