CAPITULO 3

Cuando finalmente me dejo caer en mi sofá, pienso en cómo sería mi vida si las cosas fueran diferentes. Era de esperarse que él fuera ese tipo de hombres. De esos que les importa la apariencia, todos son así que se puede esperar. Si tuviera un trabajo donde realmente me sintiera valorada supongo que todo sería diferente pero tal parece que soy bien masoquista porque sigo al lado de un hombre que piensa que soy poca cosa. Si Leo no fuera solo mi jefe, sino alguien que me mirara como yo lo miro a él… supongo que todo seria diferente. Pero no puedo evitar reírme de lo ridículo que suena todo eso.

Quizá la suerte no esté de mi lado, pero al menos tengo algo de sentido del humor porque si me pongo triste por algo que dijo mi amor platónico seria tonto ¿no?.

Mientras reviso el informe que Leo necesita para el viernes, me prometo que algún día las cosas cambiarán. Solo espero que ese día no tarde demasiado en llegar. Pero esa vocesita que finge ser Leo repite lo que dijo mi jefe ayer de mi.

El teléfono de la oficina suena sacándome un susto de infarto, respondo y me tenso al escuchar a Leo.

—Si. Voy enseguida jefe.

Me levanto de mi lugar y llevo el trabajo que he terminado antes de la fecha que me dio. Lo sostengo con fuerza sobre mi pecho al abrir la puerta. Una vez mas no me siente llegar.

—Jefe.

—Ah Lana. Estas aquí.

—Jefe, he terminado el reporte de presupuesto de gastos de este mes y también he creado un cronograma de los proyectos en curso. Ah, y también aquí están las facturas organizadas por fechas de cada proveedor de los últimos 6 meses.

—¿Enserio? —preguntó con sorpresa haciendome sonreír con orgullo. Con mi dedo índice acomodo mis lentes. —Eres rápida Lana. Me gusta.

—Gracias jefe.

—Necesito que organices la sala de juntas.

—¿La común?

—No. La presidencial. —me sorprendo porque la ultima vez que se usó esa sala fue hace tres años, un mes antes de que entrara a trabajar aquí. —Mi padre vendrá mañana por la mañana. Y si todo sale bien. Me convertiré en el presidente.

«Entonces si el se convierte en el presidente… entonces yo tendría un puesto mas elevado y eso…»

—No se preocupe jefe. —dije emocionada —Yo me encargaré. Ya verá que su padre estará feliz de su buen desempeño.

 Llamé a los de seguridad para que me ayudaran a levantar unos muebles y a las de limpieza para que dejaran todo impecable. Cansada pero muy feliz le doy un último vistazo notando que efectivamente todo esta listo y con tiempo de sobra porque a penas son las 2pm. Les ordeno que preparen la oficina presidencial y las oficinas cercanas para mañana

A pasos apurados camino hacia su oficina, me muerdo la uña del pulgar derecho. Imaginando su cara de satisfacción cuando le diga que ya he terminado. Abriendo la puerta me detengo al escuchar el nombre Lana.

—Entonces ya es un hecho que vas a ser el presidente y claro, con ese esperpento de asistente.

Es el primo de Leo.

—Estaba pensando en eso. Lana es buena. Demasiado, gracias a ella es que puedo darme muchos respiros. Creí que lo hacia sola —y así es. —Pero acabo de descubrir que le ayudan porque sienten pena por ella así que ser mi asistente para mi siendo presidente no creo que sea lo mejor.

—Y no olvides que su apariencia de espantapájaros te opacaría recordando que hay proveedores VIP que…

—Si, si. Ya se que su fealdad me puede traer problemas.

Llevo tres años entregándome por completo a este trabajo, poniendo todo mi empeño para que Leo note que existo, que puedo estar a su lado, apoyándolo en cada detalle, anticipándome a sus necesidades. Me esfuerzo en ser impecable, puntual, atenta, siempre lista para complacerlo, para escuchar y entender lo que necesita sin que él tenga que pedirlo.

Pero hoy, sin esperarlo, escuché lo que decía a mis espaldas. Me duele el alma. Me llamó “fea” y dijo que para el puesto de asistente es mejor que esté la secretaria bonita, no yo. Sentí como si un puñal se clavara en mi pecho. Todo ese esfuerzo, toda esa dedicación… parecía no importar nada para él.

Mi corazón se quebró en mil pedazos, pero me quedé paralizada. No sabía si llorar, gritar o simplemente desaparecer. ¿Cómo alguien a quien he tratado de complacer tanto puede ser tan cruel y superficial? Me sentí invisible y vulnerable, como si nunca hubiera sido suficiente. Pero también sentí una rabia silenciosa crecer dentro de mí, una mezcla amarga de tristeza y fuerza.

Porque, aunque duela, sé que merezco respeto. Merecía que me vieran por mi talento y dedicación, no por mi apariencia. Y aunque ahora me hiera, esto será el combustible que me impulse a seguir adelante, a no quedarme en un lugar donde solo valoran lo superficial.

Ni siquiera le avisé que había terminado. Solo me di la vuelta y me refugié en mi pequeña oficina, en mi espacio donde nadie me molestaría. Observo el monitor viendo la palabra “renuncia” fijamente mientras una lagrima se me escapa.

—Nerd. —no la veo, no me interesa. —El señor Black quiere que actualices la base de datos para mañana y que la respaldes en una USB y en la nube.

—Ujum.

La puerta se cierra de golpe. Respiro hondo y suspiro conteniéndome lo mas que puedo al darme cuenta que ahora este espacio es sofocante. Apago todo y recojo mis cosas para irme a casa. Al salir veo que esta vez el jefe va saliendo de su oficina.

—¿Lista Clara?

—Si señor Black. —me lanza una mirada dictándome que ha ganado.

—¿Ya has terminado Lana?

—Lo haré en mi casa.

—No. Lo necesito…

—Ayy… pordios, no me joda la noche también quiere. Déjeme en paz y lárguese de una vez con la vibora.

Tomé el segundo ascensor para no ir con ellos. Iba a tomar la autopista cuando un sonido me avisó que mi bebe estaba a punto de estirar la pata. «Vamos bebé, aquí no por favor» y para rematar, mi auto me deja varada en medio de la nada.

Dejo caer mi frente en el claxon y como la cereza del pastel comienza a llover adornando mi desgracia.

Una hora. Llevo una maldita hora con el pulgar extendido para que alguien me de jalón ya que mi celular se murió por no ser contra el agua. Me había rendido así comencé a caminar hacia mi casa. Me abrazo a mi misma temblando del frio, las ráfagas de viento me golpean la cara sin piedad.

—¡Aah!

Suelto un grito al sentir como el charco de agua sucia me ha bañado por completo por culpa del idiota que iba conduciendo . Extiendo mis brazos con la boca abierta y los ojos abiertos de par en par. ¿Por qué yo universo? ¿Qué te hice?.

—Uy. Lo siento. No te vi, ¿estas bien?.

Me quedo helada. Mi cuerpo tiembla y no del frio, me calambra el miedo al ver el tipo con facha de motociclista y asesino serial, retrocedo pero da un paso al frente y luego dos cuando me alejo más.

No, no, no. ¿voy a morir? ¿acaso seré otra pobre tonta que camina sola por las calles donde fue presa fácil de un engendro sin alma? Diosito no por favor, no quiero morir virgen, dame una oportunidad.

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