Victoria se ríe.
—Ya, ya. —me consuela —Bueno, es tu culpa, si le dijeras que llenas un rio de baba cuando lo ves, sabrías si tienes una oportunidad con él.
—¿Estas demente?.
—Tan demente que podría conseguirte unos contactos para ti y secuestrarte al pálido vampiro de tu jefe para que tengas una aventura inolvidable con él.
—Aja, sí. Pero en la cárcel.
—Ahh… Uh, pero sigue siendo una aventura inolvidable y añade que ya no serias inexistente para él, ¿no? Y eso ya es un avance.
Me llevo mis dedos al frente masajeándola. Sonrío sintiéndome menos tensa. Ella siempre sabe cómo hacerme sentir mejor, incluso cuando mi vida parece un desastre en cámara lenta.
—Te amo amiguis. Y, no dejes que la viborucha con patas de gallo te moleste. Y si Leo sigue siendo un imbécil... bueno, siempre puedes renunciar y venirte conmigo a ese retiro de yoga del que te hablé. Te vas a morir de felicidad.
—Prefiero ser virgen que ser parte de tus locas aventuras con esos hipies. —gruñe del otro lado —Gracias, pero creo que moriría antes de poder tocarme los pies. Se me eriza la piel al imaginar el sexo descabellado que ella tiene con ese hipie raro. Mencionó algo del sexo tántrico. No lo entendía pero después de que me lo explicara se me heló la sangre.
—Si tu lo dices. Bueno. Hablamos después, debo sacar a Caanelo a su paseo vespertino.
Me rio al escuchar que arrastra las palabras porque odia sacar al perro de su madre a pasear por las tardes, aunque sea una ternurita.
Al final del día, estoy tan agotada que apenas tengo energía para llegar a casa.
Dejo todo en todo en orden. Voy a informarle a mi jefe que voy a irme y al abrir la puerta lo veo concentrado en su trabajo. Esta tan metido en su trabajo que no se ha dado cuenta de que estoy aquí.
—Jefe. Ya me voy.
—Buenas noches Lana.
—Si jefe.
Ya no tenia caso que seguir repitiéndole mi nombre, ya no tiene relevancia ahora, además, Clara tiene razón, es imposible que Leo se fije en mi, no sabe mi nombre menos me vera como una mujer bonita.
Camino hacia la salida y me aseguro de llevar todo en mi cartera pero detengo mis pasos cuando no siento mis llaves.
«¡Mierda!»
Arrastro mis pies de nuevo a la oficina, y refunfuño bajito al abrir la puerta y ver que se me cayeron cuando saqué mi almuerzo. Cierro con seguro y escucho unas voces que provienen de la oficina de Leo. Curiosa me acerco. Pego mi oído a la puerta y reconocí ambas voces.
—Señor. Esta muy estresado. —es la resbalosa de Clara. Abro la puerta un poco intentando o posible para que la puerta no chirreé y la veo a ella masajenadole los hombros. —Pobrecito, trabaja mucho.
—Siempre lo hago. —mi corazón de pollo se achica al ver que disfruta del masaje. —Uff Clara. Tienes unas manos deliciosas.
—Bueno, si fuera su asistente podría hacerle masajes mas seguido. —abro la boca sin creer que la trepadora está queriendo quitarme mi puesto. —Además, no es lo único que puedo hacer tan… delicioso.
«No, no, no… Leo no lo hagas. Seguramente tiene herpes o sífilis»
Leo la toma de la mano y en movimiento rápido la tenía sobre sus piernas. Su mano acaricia sus piernas largas de jirafa subiéndole lento la mini falda del uniforme. Sus miradas están conectadas como si fueran imanes, descaradamente le sonrió como una hiena hambrienta. Hasta podría jurar que escuché su risa en mi cabeza porque lo ha conseguido.
Mi cuerpo reaccionó antes de que mi cerebro lo hiciera y toqué la puerta antes de que se besaran. Ambos me miran y él se la quita de encima.
—¿Tú eres?...
Me siento más patética cuando me pregunta quién soy.
—Soy Sasha. —eleva una ceja confundido como si no supiera quien es Sasha. —Lana Jefe.
—Ah. ¿enserio eres Lana? —la víbora se ríe pero la ahoga enseguida haciéndome sentir más avergonzada. —Creí que te habías ido.
—Si. —la fulmino con la mirada porque se burla de mi. —Pero es que venia a decirle a Lana que no encontré su pasta para las hemorroides del culo que me pidió le comprara antes de irme.
La cara de Clara se desencaja, es un semejante Poema de sorpresa. Me mira a mi y luego a él.
—Señor Black. —se ríe nerviosa. —Nerd ¿Cómo?... Señor. No es…
—Buenas noches jefe. Víbora. Digo, Clara.
Cierro la puerta y finjo irme para ver si pasa algo, si ella se larga y lo deja solo pero no pasa, abro un poquito la puerta para escuchar lo que pasa.
—Entonces ustedes se llevan bien. —expresa mi jefe con cansancio.
—Si. Esa es nuestra forma de llevarnos. Por eso le llamo Nerd, es de cariño.
«Ay, pero que maldita perra mentirosa»
Hay silencio.
—Nunca la había visto bien. —lo escucho teclear. —Pensé que lana era más como tú.
—Uy, Dios me libre. —me tapo la boca enseguida. Maldigo por dentro por hable muy alto.
—Lo que pasa señor es que ella es así. —respiro aliviada porque no me escucharon —Siempre pasa desapercibida por eso es que se viste como señora y los lentes cuando le he dicho que puede usar lentes de contacto porque esos horribles lentes no le ayudan en nada. A veces la entiendo porque siempre la han rechazado por su cuerpo y por lo feíta que es.
—No me he fijado en eso. —sonrío al escucharlo —Y no me interesa.
—Pues debería porque su horrible imagen podría dañar su reputación. Incluso todos en la empresa dicen que ella sigue aqui y que se viste así es porque usted se lo pide para que nadie más la vea.
—¿Qué?. —su tono cambia.
—Pues si. Dicen que ustedes tienen un relación a escondidas.
Mi corazón late como si fuera un tambor al escuchar la harta de mentiras que la víbora le dice de mí. «Aunque sería un sueño si nosotros fuéramos una pareja de verdad» Controlo mi impulso para no entrar hasta que escucho una carcajada de mi jefe.
—¿Yo con Lana?. —se ríe a carcajadas otra vez —Por favor, no me rebajen así. Si estuviese con una mujer, al menos seria con una como tú Clara. Digo, Lana es mas como una mujer sumisa, para formar un hogar, no es como tú.
Mi pecho se comprime al mismo tiempo que mi corazón se detiene. Un sudor frio me recorre el cuerpo al saber que siempre mi subconsciente tuvo la razón. No sé si sentirme ofendida u o halagada por lo que acabo de escuchar.
—Porque no dejamos de hablar de la Nerd y mejor aprovechamos este tiempo y nos relajamos los dos Señor. Prometo ser calladita.
—Mmm, Bien. Pero no quiero que seas calladita. De todas formas, no hay nadie ya en el edificio.
Arrastro mis pies hacia el ascensor. Escucho como tiran las cosas. Sus gemidos hasta que desaparecen cuándo me alejo. ¿Por qué me siento así? No somos nada, porque me siento como si me estuviera traicionando. Dejo de escucharlo cuando las puertas del elevador se cierran.