El despertar fue un shock emocional. No por la resaca de la pasión que tuve hace poco, sino por la figura de Enzo sentado cerca de la ventana, con el traje impecable, observándome con una sonrisa perezosa que me derritió el alma. Sus ojos grises, bañados por el sol, brillaban como plata líquida y… mierda, se ve taan… sexy.
Era una sonrisa robada, íntima, que decía: “Te tengo. Y fue exactamente lo que ambos queríamos.”
—Buenos días, esposa —murmuró, su voz grave, sin urgencia.
Mi corazón dio un vuelco. Me cubrí con la sábana, regresando al modo de defensa. Había visto la grieta de vulnerabilidad en el muro de Enzo Black, y eso era más peligroso porque fui una tonta por bajar la guardia.
—¿Cuánto tiempo llevas ahí? —pregunté, mi voz temblando por la tensión.
—Lo suficiente para saber que eres mucho más que una fiera. —eleva ambas cejas haciendo que me sienta mas incomoda.
Enzo se puso de pie, su presencia llenó la habitación con solo dar un paso. Me señaló una nota en la mesita de noche