Daniel estaba en el estudio con una botella de whisky en la mano. Su madre, preocupada, lo observaba desde la puerta. En los últimos días, Daniel no hacía más que beber y discutir con todos en la casa.
—Hijo, ¿qué sucede contigo? Últimamente te veo de mal humor y muy pensativo —preguntó ella, con tono preocupado.
—Problemas, mamá. Nunca faltan —respondió él, sin mirarla.
—¿Es por esa chica, Victoria?
—Sí... —admitió, apretando la mandíbula—. Siento que no me ama. Solo me está utilizando. Y para colmo, Andrés no pierde oportunidad de acercarse a ella.
—Pienso que podrías irte con ella unos días fuera del país, para celebrar la luna de miel... si es que están casados —sugirió su madre, midiendo sus palabras.
—Estamos casados, mamá. Pero ni tú me crees... —dijo Daniel, amargado—. Ella es una interesada. Solo le importa el dinero.
—Y eso del papá millonario, ya sabes que son puras mentiras. Si dices que solo le interesa tu dinero y ya le diste suficiente, haz que te pague de alguna manera