—Ya te fueron con el chisme. Brenda es una zorra que se acuesta con cualquiera. Me enredó fácilmente y caí —dijo Daniel, encogiéndose de hombros.Andrés, quien hasta hacía un momento reía junto a Victoria, ahora mostraba un gesto serio y endurecido.—Hermano, deberías alejarte de esa mujer; no te conviene —advirtió, con voz tensa.—No vivo con ella, no es mi prometida, no somos nada —replicó Andrés, clavándole la mirada—. Ustedes dos deberían quedarse juntos; tienen mucho en común, sobre todo el gusto por hacerle daño a los demás —añadió, con el rostro endurecido por la rabia.Sin añadir más, decidió retirarse. No quería dejar a Victoria sola con Daniel, pero tampoco podía quedarse allí. Ya no le tenía confianza; lo odiaba por todo el daño que le había causado y temía que hiciera lo mismo con ella.—¿Qué tengo que hacer para que me prestes atención como se la prestas a Andrés? —preguntó Daniel, acercándose peligrosamente a Victoria.—He estado un poco ocupada con la mudanza y el traba
—Puede que sean ideas mías, pero siento que él me amenazó si no hago lo que quiere —confesó Victoria, con voz temblorosa.—¿Y qué quiere él? —preguntó el doctor, con preocupación.Victoria guardó silencio. No se atrevió a decirlo.—Bueno, eso no importa. Cuenta conmigo para lo que necesites —añadió él con firmeza.—Gracias, doctor —susurró ella, aliviada.Cuando llegó a su apartamento, Victoria encontró la puerta entreabierta. Pensó lo peor: ¿la habrían robado? Entró rápidamente y se topó con varios hombres que sacaban sus pertenencias y las apilaban en la entrada.—¿Quiénes son ustedes? ¿Por qué están tocando mis cosas? —preguntó, alarmada.Una voz aguda resonó detrás de ella.—Aquí está la señorita: ¡Victoria, la hija bastarda de mi marido! —exclamó una mujer con gesto altivo.—Señora, yo a usted no la conozco —respondió Victoria, perpleja.—Pero yo a ti sí. Y necesito que desocupes este lugar que no te pertenece —sentenció la mujer.—¡Mi padre me lo regaló! —protestó Victoria, sint
Victoria esperó pacientemente a Bianca para contarle lo sucedido. Ya no tenía apartamento; la esposa de su padre la había echado como a un perro, y lo poco que pudo salvar fueron las llaves del auto y parte de su ropa.Bianca le insistió en que debía llamar a su padre y contarle todo, pero Victoria no quería molestarlo por lo que consideraba tonterías.—No son tonterías, Victoria. ¡Estás viviendo en la calle! Mientras esa señora se aprovecha de que tu padre está de viaje —reclamó Bianca—. Seguro ya debe estar que se la lleva el diablo del coraje, sabiendo que él está con Mary.Isabel de Caballero había solicitado a la administración que no dejaran entrar a Victoria al apartamento. Lo que no pudo llevarse, la señora ordenó que lo dejaran en el baño para luego tirarlo a la basura.Mientras tanto, Andrés había decidido continuar con su vida normal: iría a la empresa y seguiría trabajando en su proyecto, que ya estaba en su etapa final. Además, tenía un motivo especial: deseaba ver a Vict
El portero dejó entrar el auto de Andrés para que no estorbara en la entrada, ya que muchos vehículos entraban y salían constantemente del conjunto de apartamentos.—Qué mala es tu madrastra. Si tu padre te regaló el apartamento, no debe meterse en ese asunto; eso es problema de tu padre, no de ella. ¿Y tu papá dónde está?—Mi padre está de viaje y no quiero molestarlo. Esperaré hasta que vuelva y le pediré que solucione este problema.Victoria y Andrés ingresaron al apartamento. Ella tenía copia de la tarjeta que no le devolvió a su madrastra. Se dirigió a su antigua habitación para buscar sus documentos; por más que buscaba, no los encontraba. Le preocupaban las palabras del vigilante: no debía demorarse, porque si la señora Isabel se enteraba, podrían despedirlo, y él tenía una familia que alimentar.Victoria extrañaba su cómoda cama para descansar. Lástima que ya no podría utilizarla más. Decidió recostarse por última vez y disfrutar, aunque fuera un rato.En ese momento llegó And
Ella volvió a correr hacia la puerta, pero él la alcanzó de nuevo. La hizo girar y la recostó con fuerza contra la pared. Sin darle tiempo a gritar, la besó con ímpetu, aprisionándola con su cuerpo y abrazándola por completo. Victoria sintió su fuerza y su deseo desbordado. Andrés la besaba salvajemente; liberó una de sus manos y la deslizó debajo de su blusa, acariciando uno de sus pechos. Inmediatamente soltó la otra mano para acariciarlos ambos al mismo tiempo.Victoria estaba confundida y aterrada; Andrés la estaba asaltando sexualmente, pero contra su voluntad, su cuerpo comenzaba a responder, causándole un placer que no deseaba sentir. Estuvo a punto de caer, pero Andrés, experto en dominar el momento, la sostuvo firmemente; la levantó sin dejar de besarla y la llevó hasta la cama. Allí cayeron juntos, entrelazados, mientras él continuaba besándola y tocándola, y ella luchaba internamente contra el placer que la embargaba.Andrés le desgarró la blusa, dejando sus pechos al descu
Embistió con fuerza para penetrarla y disfrutar de su calidez, sintiendo tanto placer como se había imaginado. No logró penetrarla al principio, pero casi de inmediato tomó fuerzas para hacerlo; con más ímpetu y dificultad entró en ella. Ya adentro y sintiéndose poderoso, continuó irrumpiendo la estrechez de Victoria. Los gemidos ahogados de Victoria eran música para los oídos de Andrés, quien disfrutaba cada rincón de ella.El placer que sentía Andrés no le dejaba ver ni sentir el sufrimiento de Victoria; esto era nuevo para ella. Jamás había estado con un hombre; había leído sobre cómo podría ser su primera vez: qué hacer, cómo se sentiría... pero ya en la realidad era totalmente diferente. Le dolía cada embestida de él; era como si quisiera partirla a la mitad.—¡Por favor, pare! —exclamó para ver si él se detenía o le bajaba la intensidad.Andrés la escuchó, se detuvo y la observó.—Victoria, perdona, estoy siendo un animal contigo, pero es que te estoy disfrutando al máximo. Lo s
La figura imponente de Andrés estaba ahora frente a ella, abotonándose la camisa, casi listo para marcharse. Victoria, en cambio, evitaba mirarlo; sus ojos recorrían todo el cuarto, menos a él. De pronto, su vista se posó en las sábanas que cubrían parte de la cama: allí estaba la evidencia de lo que habían hecho. Las manchas de sangre dejaban en claro que su virginidad era cosa del pasado, y Andrés había sido el responsable.Se sintió una tonta por haberle entregado a él algo que, en su mente, había reservado para el hombre con quien se casaría o al menos amaría de verdad. Pero Andrés no era su novio, ni su esposo, y mucho menos el amor de su vida.—Victoria, quiero pedirte disculpas... por lo que dije sobre que tenías un amante —dijo Andrés, con la mirada también fija en las sábanas manchadas.—Quiero irme. Ya es muy tarde —respondió ella, con la voz apagada.—Sí... ya debemos irnos.—Dame un momento —pidió Victoria.Ella recogió rápidamente las sábanas y las llevó al cuarto de lava
Brenda observaba a Andrés tomar una ducha mientras la ira la cegaba. Desde el apartamento contiguo, los había visto: a Victoria y a Andrés, entregados como si el mundo fuera a acabarse. Deseaba destruirlos a ambos. Andrés ya no quería nada con ella, y ahora había puesto los ojos en Victoria. Se suponía que la despreciaba por no cumplir con su estándar de belleza... ¡y ahora resulta que le gustaba! Hasta se habían acostado.La cena estaba servida en casa de los Castillo. Andrés fue el primero en acudir a la mesa, impulsado por el hambre. Después de comer pensaba llamar a Victoria, si ella se dignaba a contestarle.La cena transcurría en una tensa calma. Sin embargo, la intranquilidad de Daniel era evidente y comenzaba a incomodar al resto de la familia, que intentaba, sin éxito, comunicarse con Victoria.—¿Qué sucede, hijo? —preguntó su madre.—Mamá, es Victoria. Nunca me contesta las llamadas, siempre está ocupada y ya ni siquiera nos vemos —respondió Daniel con molestia.—¡Esa mujer