*Lyra*
La prisión apesta a óxido, miedo y viejas decisiones. Cada paso que doy resuena en las paredes como un eco de algo que no estoy segura de poder contener.
Tharion está de espaldas cuando llego al final del pasillo, rígido como si sintiera mi presencia antes de verme.
La maldita de Calista se burla de mi dolor y eso solo comienza a encender la llama de mi ira contra su descaro al atreverse a arrebatarme uno de mis niños.
—¿Qué haces aquí? —pregunta Tharion, sin ocultar la sorpresa en su voz—. Lyra, ¿cómo...?
—Te seguí —respondo sin rodeos. Mi voz suena más firme de lo que esperaba.
Fría. Casi inhumana.
Tharion me observa, su ceño fruncido y la tensión visible en su mandíbula.
Me acerco, paso junto a él y ahí está. Sentada tras los barrotes, como si el mundo no le pesara.
Calista. La bruja. La asesina.
—Mírenla… la loba dolida. No pudiste salvarlo, ¿verdad? —dice con una sonrisa venenosa—. ¿Qué te hace pensar que podrás con esto?
La sangre me hierve, pero mi rostro no se inmuta.