**Lyra**
—¿Iridia…? —repetí en un susurro, como si la sola mención del nombre removiera capas olvidadas de mi infancia.
Ese nombre no me era ajeno. Mi madre lo había pronunciado varias veces cuando era pequeña, con una expresión de ternura en el rostro.
Decía que Iridia había sido una mujer maravillosa… su madre. Mi abuela.
Pero yo nunca la conocí.
De niña no entendía por qué estábamos lejos de nuestra familia, por qué mi madre evitaba hablar de su pasado o por qué, con voz firme, decía que la manada Moonfang nos había acogido como un nuevo hogar.
Y ahora… ahora este hombre se arrodillaba ante mí y decía que era la sangre perdida.
Tragué saliva con dificultad, buscando entre las figuras del salón la única presencia que me hacía sentir segura. Cuando mis ojos se encontraron con los de Tharion, una calma repentina me inundó.
Su expresión era tranquila, pero sus ojos brillaban con esa firmeza imperturbable que me había salvado ya más de una vez.
—Ese es… el nombre de mi abuela —le dije