La palabra final del doctor Andrews había sido: "Remisión completa." La leucemia estaba en remisión.
El protocolo experimental había funcionado a la maravilla. El bebé, a pesar de toda la toxicidad, estaba sano y Daisy había soportado como la mejor guerrera hasta el final.
La noticia nos golpeó con tal fuerza que la frialdad de mi lógica se desmoronó por completo y la contención se rompió. Daisy y yo solo pudimos abrazarnos y llorar allí mismo, en ese pequeño y aséptico consultorio, mientras el doctor Andrews nos miraba con una sonrisa genuina y empática. El alivio era un peso insoportable.
Teníamos que celebrarlo. No todos los días alguien era un superviviente y menos de esa enfermedad tan cruel.
Cuatro meses de guerra silenciosa habían terminado en una victoria rotunda, y la familia se había reunido para un brindis. El salón estaba cálido y lleno de una luz dorada que contrastaba con los oscuros días de hospital. Daisy estaba sentada en un sillón, radiante, con su vientre de siete m