El silencio en el laboratorio a las tres de la mañana era la única constante que no había logrado resolver matemáticamente. Siete años de exilio autoimpuesto me enseñaron a apreciar el vacío, roto solo por el zumbido de los servidores y el clic-clic-clic del teclado. Mi vida se había reducido a esa habitación con luz azulada, a números y a la elegante indiferencia de la física.
—Error, de nuevo.
Escribí la instrucción en la terminal, intentando forzar el código a aceptar la Constante Lambda que había propuesto para mi modelo de energía oscura. El programa arrojó una singularidad., una división por cero. Una anomalía que no debería existir en mi universo perfecto y que me descolocaba toda la teoría.
Me froté los ojos, notando la aspereza del cansancio. Mi vida, en estos siete años, fue una fuga hacia adelante. Ph.D. en Astrofísica Teórica, a punto de defender la tesis en una de las mejores universidades del mundo. Títulos, honores, conferencias. Había cumplido mi promesa: me había ido