—¿Me estás secuestrando? Porque eso delito y puedo demandarte en cuanto me vea liberada de tus garras —ladro mientras me observa en silencio, con la mandíbula tensa y su manzana de Adán subiendo y bajando.
Me encontraba dentro de una camioneta blindada color negro y que por dentro el espacio era enorme, parecido al de una limosina, Abel parecía impaciente y no deja de mirarme mientras se sirve un trago y lo bebe como si fuera agua natural. Su silencio sepulcral hace que me invada una sensación electrizante y los nervios los tengo a flor de piel. La amenaza de Zed sobre él retumba en mi cabeza y me remuevo de asiento para estar lo más alejada de él, lo único que me mantenía en calma, era el hecho de que Zed había visto todo.
Lo que significaba