Su respiración se agita, siento los latidos de su corazón acelerarse y cuando oculta su rostro entre la curvatura de mi cuello y de mi clavícula, aspirando mi olor natural, aparto la mano y un ligero temblor domina mi cuerpo.
—Abel —musito lento.
—Ahora no, Nat —su voz es ronca, varonil y gélida—. Te odio.
Sus palabras son duras y me golpean el pecho, haciéndome caer en la realidad ¿qué hacía con Abel? Estaba en ropa interior, y él prácticamente había cruzado la línea que ponía entre los hombres y yo.
—Entonces suéltame —le pido.
—¿Nat?
La voz de Zed a las afueras hace que tanto Abel como yo nos separemos, él se pasa una mano