Iris no dejaba de caminar por la sala, lanzando miradas constantes hacia el pasillo, como si esperara que su hermano apareciera en cualquier momento. No entendía lo que estaba sintiendo; sus emociones eran un torbellino imposible de nombrar. Hugo la observaba en silencio, respetando su espacio y esperando a que ella hablara.
—¿Qué haremos ahora? —preguntó finalmente, mientras tomaba asiento.
—¿Cuánto tiempo se quedará? —inquirió Hugo, acercándose a ella.
—No lo sé, no hemos hablado de ello. Pero, al parecer, unos días.
—Entonces creo que la respuesta es sencilla —Iris lo miró sin saber a qué se refería.
—¿Cuál sería? —preguntó curiosa.
Hugo se arrodilló frente a ella, junto al mueble, y tomó su mano, acariciándola con una calma que la desesperaba al sentir su contacto. Miró su cabello con ganas de pasar los dedos entre él, olvidando por un instante el motivo por el que Hugo intentaba encontrar una solución a la posición en la que estaban, especialmente por ella. Por un momento, la ten