La mansión estaba en completo silencio cuando Emily terminó de empacar lo poco que decidió llevar consigo. Había pasado las últimas horas encerrada en su habitación, inmóvil, sintiendo cómo el peso de la humillación y el dolor la aplastaban. Pero ahora, bajo el manto de la noche, con solo la luz de la luna colándose por las ventanas, supo que no podía quedarse más tiempo.
El aire nocturno se colaba por las rendijas de la ventana, helado y cortante, pero ella lo respiraba profundamente como si intentara llenarse de valentía. Cada rincón de la mansión que alguna vez había llamado hogar se sentía ahora como una jaula. Brendan y Alina, los ancianos, los miembros de la manada… todos habían sido partícipes, cómplices, de su caída.
Su mirada recorrió por última vez la habitación. Era más grande que cualquier espacio en el que hubiera vivido antes de convertirse en la Luna de la manada. En cada esquina había detalles que alguna vez la hicieron feliz: los cuadros que Brendan le había regalado en sus primeros meses juntos, una silla junto a la ventana donde pasaba horas soñando con un futuro que jamás llegó, incluso un ramo de flores secas en un jarrón, recuerdo de una celebración que ahora parecía lejana. Todas esas cosas ahora solo le hablaban de promesas rotas.
Lia entró en la habitación sin tocar la puerta, con el ceño fruncido y el rostro endurecido. La guerrera había estado a su lado desde el momento en que Brendan rompió el vínculo destinado, desafiando abiertamente a la autoridad de los ancianos y al Alfa, algo que no muchos se atreverían a hacer.
—¿Estás segura de esto? —preguntó Lia en voz baja, aunque su tono estaba cargado de determinación—. Si te vas, será como declararles la guerra. No podrán ignorarlo.
Emily dejó caer una bufanda en su pequeña maleta y cerró el cierre con manos temblorosas. Se giró hacia Lia, con los ojos brillando de lágrimas que se negó a derramar.
—No me queda nada aquí, Lia. No tengo un lugar, no tengo un propósito, y desde luego no tengo aliados más que tú. Brendan ha hecho que todos duden de mí, que me culpen… incluso de cosas que no están en mis manos. ¿Por qué debería quedarme?
Lia apretó los labios y asintió con la cabeza, aunque la preocupación nublaba sus ojos. Había algo feroz en la guerrera, una lealtad a Emily que iba más allá de los lazos tradicionales de la manada.
—Te acompañaría si pudiera, pero alguien debe quedarse para observar sus movimientos. Si Brendan o los ancianos intentan algo, te lo haré saber. Pero prométeme que serás cuidadosa.
Emily sostuvo la mirada de Lia, conmovida por su apoyo. Se permitió un momento de debilidad y abrazó a su amiga, dejando que una sola lágrima resbalara por su mejilla.
—Gracias por todo, Lia. Nunca olvidaré lo que has hecho por mí.
Lia la soltó con suavidad, pero sus manos permanecieron en los hombros de Emily, como si quisiera transmitirle fuerza a través del contacto.
—Recuerda algo: ellos no te definen. Eres mucho más fuerte de lo que crees, Emily. Y cuando estés lista, volverás, no como la mujer que han pisoteado, sino como alguien que nadie podrá ignorar.
Emily asintió, tragándose las palabras que no podía decir. Lia salió de la habitación sin mirar atrás, dejándola sola con su decisión.
El frío de la noche la golpeó en el rostro cuando finalmente salió al exterior. El bosque que rodeaba la mansión estaba oscuro, pero los senderos eran familiares. Durante años, había caminado por esos mismos caminos, buscando un lugar donde encontrarse a sí misma. Ahora, esos senderos serían su vía de escape.
Con cada paso que daba, la casa quedaba más lejos. El peso de su mochila era ligero en comparación con el peso emocional que dejaba atrás. Los recuerdos de Brendan, los sueños de un futuro juntos, incluso las noches de angustia esperando que él la mirara con algo más que desdén… todo eso se desmoronaba con cada crujido de las hojas bajo sus pies.
Mientras avanzaba, las palabras de Hugo durante la ceremonia resonaban en su mente.
"Una Luna rota no sirve a nadie."
El eco de esa sentencia, aplaudida por los ancianos y aceptada por la manada, era un recordatorio constante de su pérdida de valor ante ellos. La rabia hervía bajo la superficie, pero no dejaba de mezclarse con la tristeza.
A mitad del bosque, se detuvo un momento para tomar aire. La sensación de libertad era agridulce; cada paso hacia adelante significaba alejarse de lo que conocía, pero también era un paso hacia lo desconocido. En el fondo, el instinto de loba le decía que había más para ella, algo que aún no podía ver pero que la esperaba más allá de los límites de la manada.
De repente, un movimiento entre los árboles la hizo tensarse. Su instinto de supervivencia se activó de inmediato, y sus sentidos se agudizaron. Al principio pensó que podrían ser lobos de la manada enviados por Brendan para detenerla, pero el aroma que llegó a su nariz era diferente, más salvaje y peligroso.
De las sombras emergió Hugo, uno de los ancianos, con una expresión grave y sus ojos brillando en la oscuridad. Detrás de él, Claudida y Samuel también aparecieron, formando un triángulo alrededor de Emily. Su corazón comenzó a latir con fuerza, y la sensación de peligro aumentó.
—¿Adónde crees que vas, muchacha? —preguntó Hugo, con una voz que era más un gruñido.
Emily enderezó la espalda, negándose a mostrar miedo, aunque su interior temblaba.
—Eso no es asunto de ustedes. Mi vínculo con la manada está roto. Ya no les debo nada.
Claudida dio un paso adelante, su figura imponente a pesar de su avanzada edad.
—El vínculo puede estar roto, pero aún eres parte de esta manada, quieras o no. No puedes simplemente abandonarnos. Las consecuencias serán graves.
Emily los miró uno a uno, viendo en sus ojos la mezcla de amenaza y control que habían ejercido sobre ella durante tanto tiempo. Pero algo dentro de ella se encendió, una chispa de rebeldía que se negaba a ser apagada.
—Ya he soportado suficiente de todos ustedes —dijo, con una firmeza que sorprendió incluso a los ancianos—. Si piensan detenerme, tendrán que arriesgarlo todo, porque no volveré.
El silencio que siguió fue denso, pero antes de que los ancianos pudieran responder, un aullido lejano rompió la tensión. Era un sonido profundo y resonante, diferente al de los lobos de la manada. Los ancianos intercambiaron miradas y retrocedieron un paso, como si hubieran sentido algo que los inquietaba.
Emily aprovechó la distracción y comenzó a correr, dejando atrás las sombras de los ancianos y el eco de sus amenazas. Sus pies la guiaron hacia lo desconocido, pero su corazón la empujaba hacia adelante. No sabía lo que el futuro le deparaba, pero estaba segura de una cosa: jamás volvería a ser la misma.
Mientras corría, un pensamiento cruzó su mente. El aullido que había escuchado no era un simple llamado. Había algo más en ese sonido, algo que prometía un cambio, una oportunidad. Y aunque no sabía quién o qué lo había provocado, una pequeña parte de ella comenzó a sentir que tal vez no estaba tan sola como había pensado.
El lugar estaba repleto de invitados y no era para menos, todos estaban emocionados por asistir al evento más importante del año. Ningún miembro de la manada Colmillos del Alba quería perderse el matrimonio entre su futuro líder y la luna destinada para él. Era un buen presagio para tiempos venideros, ya que está unión garantizaría la continuación de un nuevo linaje; un nuevo amanecer.Emily Ulric daba vueltas emocionada por la habitación que en unas cuantas horas le pertenecería. Dentro de poco se casaría con su compañero y alfa, aquel era el destino que la Madre Luna le había asignado desde pequeña; era realmente extraño tener una pareja destinada, ya que su vínculo era creado en los cielos.Brendan Faolan. Ese era el nombre del lobo al que estaba unida.También era el nombre del hijo del actual Alfa de la manada y quien, en un futuro, tomaría ese puesto. Ambos habían estado comprometidos desde niños y hoy sería el día en que sellaría el hilo del destino que continuaría llevando a s
La llevó hasta la cama con movimientos cuidadosos, casi reverentes. Emily no podía evitar sentirse vulnerable, pero al mismo tiempo, una sensación de confianza absoluta la envolvía. Este era su compañero, el lobo destinado a estar a su lado.Brendan se apartó un momento, su respiración agitada.—Emily... —Su voz era un susurro cargado de emoción.—Estoy aquí —dijo ella, tomando su rostro entre sus manos. —Estoy contigo.El vínculo que compartían parecía brillar entre ellos, invisible pero palpable. Era como si cada toque, cada mirada, los conectara más profundamente. Brendan bajó la cabeza, presionando un beso en la curva de su cuello, donde pronto quedaría la marca que los uniría para siempre.—¿Confías en mí? —preguntó, mirándola a los ojos.—Siempre —respondió Emily sin dudar.Con un movimiento suave, Brendan la inclinó hacia atrás, inclinándose sobre ella. Sus labios trazaron un camino lento por su piel, y Emily sintió que cada caricia era un juramento silencioso. Las horas pareci
La luna llena bañaba el cielo con su brillo plateado, pero para Emily, su luz parecía una burla. La luna, símbolo de su posición como compañera destinada y Luna de la manada, ahora era una carga que no podía soportar. Era un recordatorio constante de las expectativas que había fallado en cumplir, de las miradas que juzgaban cada paso que daba, y de los susurros que llenaban los pasillos cuando pasaba cerca.Esa tarde, cuando entró al salón principal de la casa, la atmósfera ya estaba cargada de tensión. Los ancianos de la manada, que se reunían con frecuencia para discutir asuntos importantes, habían llegado temprano, como siempre lo hacían cuando la luna llena estaba cerca.Cada uno de ellos tenía el mismo rostro severo, como si llevaran una verdad que nadie más quería escuchar. Pero Emily sabía que esa noche, lo que más les preocupaba no era la luna ni las cacerías, sino algo mucho más personal. Ella.Brendan ya estaba allí, sentado al final de la mesa, rodeado por su familia y los
La tarde estaba teñida de un extraño silencio en la casa principal de la manada. Emily había pasado la mañana fuera, intentando calmarse tras la humillación sufrida durante la reunión con los ancianos.Había caminado por los límites del bosque, buscando algo que la ayudara a recobrar la fuerza que sentía perder cada día. Pero al cruzar el umbral de la mansión, algo se sintió diferente, como si el aire estuviera cargado con un peso nuevo.Brendan no estaba allí para recibirla. No era algo que la sorprendiera. En los últimos meses, sus ausencias habían dejado de ser motivo de preocupación para ella, convirtiéndose en una rutina dolorosa a la que intentaba no prestar atención. Pero esa tarde, una sensación desconocida le hizo detenerse al subir las escaleras hacia su habitación.El pasillo estaba vacío, pero no podía ignorar el leve eco de risas provenientes de una de las habitaciones más cercanas. Una risa familiar y otra, aún más familiar, que le heló la sangre.Era la voz de Lilah, su
El aire fresco de la noche acariciaba su rostro mientras Emily caminaba sin rumbo fijo, los ecos de la conversación con Brendan resonando en su mente. Cada palabra, cada gesto, parecía más distante que el anterior. La sensación de abandono y desesperanza la envolvía, pero, de alguna manera, también la empujaba hacia algo nuevo, algo que aún no comprendía bien. Había llegado a un punto en el que ya no podía seguir viviendo bajo las expectativas de los demás, ni bajo la sombra de un amor que nunca existió.Los árboles susurraban a su paso, y el crujir de las ramas bajo sus pies la hizo detenerse un momento. Sabía que no podía seguir viviendo en ese lugar, en esa vida que había sido impuesta sobre ella. La manada, las presiones, el matrimonio… todo eso ya no era parte de su camino. Tenía que liberarse. El instinto de loba en su interior la empujaba a moverse, a huir, a encontrar su propio lugar en el mundo.Pero, aunque lo deseaba, la incertidumbre de lo que vendría después la aterraba.
El comedor estaba cargado de tensión, como siempre ocurría en las reuniones familiares. Emily se sentó al extremo de la larga mesa de madera, sus manos firmemente entrelazadas sobre su regazo mientras escuchaban las conversaciones que giraban a su alrededor. Era un juego de apariencias: los murmullos sobre la manada, las discusiones sobre alianzas, y las bromas aparentemente inofensivas que ocultaban un veneno que solo ella sentía.Frente a ella, los padres de Brendan, Margaret y William, parecían personificar la perfección alfa. Margaret, siempre impecable, llevaba un collar de perlas que brillaba bajo la luz del candelabro, mientras William se inclinaba hacia Brendan, charlando animadamente sobre el futuro de la manada. Emily, sin embargo, apenas existía en su conversación.A un costado de la mesa, Alina, su hermana menor, reía con Brendan. Esa risa. Era tan despreocupada, tan íntima, que cada carcajada se sentía como un golpe en el pecho de Emily. La conexión entre ellos ya no era
La mañana siguiente amaneció gris y fría, como si el cielo reflejara la tormenta que se desataba en el interior de Emily. El eco de sus palabras resonaba en la mente de todos los que habían estado presentes en el enfrentamiento la noche anterior. Pero esa no sería la única batalla que Emily tendría que librar.La tensión era palpable mientras los miembros de la manada se reunían en el salón principal de la mansión. Había una convocatoria urgente, una reunión que nadie podía ignorar. Los ancianos estaban allí, sentados en sus sillas de alto respaldo, con expresiones de severidad y juicio. Brendan, el Alfa, se encontraba de pie en el centro, con Alina a su lado. La cercanía entre ellos era una puñalada en el corazón de Emily.Emily entró al salón con la cabeza en alto, negándose a mostrar debilidad, aunque por dentro cada paso que daba la hacía sentir como si estuviera caminando hacia su propia ejecución. A su lado estaba Lia, su única aliada, con una mirada de acero que parecía desafia