La mañana siguiente amaneció gris y fría, como si el cielo reflejara la tormenta que se desataba en el interior de Emily. El eco de sus palabras resonaba en la mente de todos los que habían estado presentes en el enfrentamiento la noche anterior. Pero esa no sería la única batalla que Emily tendría que librar.
La tensión era palpable mientras los miembros de la manada se reunían en el salón principal de la mansión. Había una convocatoria urgente, una reunión que nadie podía ignorar. Los ancianos estaban allí, sentados en sus sillas de alto respaldo, con expresiones de severidad y juicio. Brendan, el Alfa, se encontraba de pie en el centro, con Alina a su lado. La cercanía entre ellos era una puñalada en el corazón de Emily.
Emily entró al salón con la cabeza en alto, negándose a mostrar debilidad, aunque por dentro cada paso que daba la hacía sentir como si estuviera caminando hacia su propia ejecución. A su lado estaba Lia, su única aliada, con una mirada de acero que parecía desafiar a cualquiera que se atreviera a cuestionar la presencia de Emily.
—Gracias a todos por venir —comenzó Brendan, su voz resonando en el salón como un trueno distante. Su tono era frío, sin rastro de la calidez que alguna vez había fingido tener hacia Emily—. Hoy es un día importante para nuestra manada, uno en el que tomaremos decisiones que definirán nuestro futuro.
Emily sintió que su estómago se revolvía. No había sido informada de nada, y la presencia de Alina a su lado era un presagio oscuro. Trató de mantener la calma, pero su instinto le decía que algo terrible estaba por suceder.
—Quiero hablar sobre los vínculos destinados y lo que significan para nosotros —continuó Brendan, sin mirarla directamente—. El vínculo es sagrado, pero también requiere de fortaleza y compromiso por ambas partes. Cuando ese compromiso falla, la manada sufre. No podemos permitir que eso continúe.
El salón quedó en silencio, excepto por un murmullo inquieto entre los presentes. Emily sintió que las miradas se volvían hacia ella, algunas con lástima, otras con juicio. Su corazón comenzó a latir con fuerza, una mezcla de ansiedad y miedo.
—Es por eso que, como Alfa, he tomado la decisión de romper mi vínculo con Emily —declaró Brendan, sus palabras cortando el aire como una daga.
El mundo de Emily se detuvo. Por un momento, no pudo procesar lo que acababa de escuchar. La sala estalló en murmullos y exclamaciones, pero todo parecía lejano, como si estuviera bajo el agua. Su pecho se apretó, y la presión fue tan intensa que pensó que no podría respirar.
—¿Qué estás diciendo? —logró articular, aunque su voz salió apenas como un susurro.
Brendan finalmente la miró, pero sus ojos no mostraban compasión. Solo había una fría indiferencia.
—Estoy diciendo que nuestro vínculo está roto, Emily. Ya no hay nada entre nosotros. Es por el bien de la manada.
Por el bien de la manada. Esa frase resonó en su mente como una burla cruel. ¿Cómo podía justificar su traición con esas palabras? ¿Cómo podía usar el deber hacia la manada como una excusa para humillarla de esa manera?
—¡Esto es una falta de respeto! —la voz de Lia rompió el silencio, cargada de ira—. Brendan, ¿te das cuenta de lo que estás haciendo? Estás exponiendo a tu propia Luna frente a toda la manada.
—No es mi Luna —respondió Brendan, con un tono que no admitía discusiones—. No lo ha sido desde hace tiempo.
Emily sintió que sus piernas flaqueaban. La traición pública era más de lo que podía soportar. Lia trató de sostenerla, pero Emily se apartó, obligándose a mantenerse en pie. No les daría la satisfacción de verla caer.
—¿Por qué ahora? —preguntó Emily, su voz temblando de rabia y dolor—. ¿Por qué hacer esto frente a todos? ¿Por qué no simplemente enfrentarte a mí en privado?
Brendan la miró con frialdad.
—Porque es importante que la manada lo sepa. Que entiendan que estoy haciendo esto por ellos, no por motivos personales.
La risa amarga de Emily resonó en el salón.
—¿Motivos personales? ¿Crees que esto no es personal? —Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero se negó a dejarlas caer—. Has hecho todo esto porque eres un cobarde que no puede admitir sus propios errores. Me culpas a mí, pero la verdad es que tú eres el que falló. Tú eres el que rompió este vínculo mucho antes de que siquiera lo intentáramos.
La sala quedó en silencio una vez más, pero esta vez, el peso del dolor y la verdad de sus palabras llenó el espacio. Brendan no respondió, pero su mandíbula se tensó, un claro indicio de que las palabras de Emily habían golpeado un nervio.
Alina, que había permanecido en silencio hasta ese momento, dio un paso adelante.
—Emily, esto no es necesario —dijo, con un tono que pretendía ser conciliador, pero que solo logró encender más la furia de Emily—. Lo mejor para todos es aceptar lo que Brendan ha decidido y seguir adelante.
Emily la miró con incredulidad, su mente aún intentando procesar cómo alguien que compartía su sangre podía ser tan cruel.
—¿Y tú? —preguntó, con la voz rota—. ¿Qué papel juegas en todo esto, Alina? Porque está claro que no eres una simple espectadora.
Alina no respondió, pero su silencio lo decía todo. Emily dio un paso atrás, sintiendo cómo la sala comenzaba a cerrarse a su alrededor. Los rostros de los presentes eran una mezcla de lástima, curiosidad y juicio, pero ninguno de ellos ofreció una palabra de apoyo.
Lia puso una mano en su hombro, una presencia firme en medio del caos.
—Vámonos, Emily —dijo en voz baja—. No tienes que soportar esto.
Emily asintió, demasiado agotada para resistirse. Mientras salía del salón, sintió que una parte de ella se rompía irreparablemente. Había perdido mucho esa noche: su lugar, su vínculo, y tal vez, incluso, su esperanza.
Pero mientras la puerta se cerraba detrás de ellas, Lia susurró:
—Esto no es el final. Es el comienzo de algo nuevo. Y te aseguro que no estarás sola en lo que venga.
Emily, rota pero con una chispa de lucha encendiéndose en su interior, supo que esas palabras serían lo único que la sostendría mientras enfrentaba lo desconocido.
El aire era frío, cortante, y Emily sintió cómo cada mirada de la manada pesaba sobre sus hombros. Estaban en el círculo ceremonial, el mismo lugar donde juraron estar juntos bajo la Luna cuatro años atrás. Ahora, ese mismo espacio sería testigo de su humillación.
Brendan estaba de pie frente a ella, con una expresión dura e implacable que no mostraba ni rastro del lobo al que una vez creyó amar.
—Esto no funciona, Emily —dijo, su tono tan helado como el viento que le azotaba el rostro.
Emily dio un paso hacia él, sintiendo cómo el vínculo que aún los conectaba vibraba con angustia.
—Brendan, no podemos ignorar esto. Somos compañeros destinados… ¡la Luna nos unió!Él soltó una risa amarga, cruzando los brazos frente a su pecho.
—Eso fue un error. No somos lo que esta manada necesita. No eres lo que yo necesito.El golpe fue directo al corazón, pero lo que vino después fue aún peor. Brendan giró hacia la multitud que los rodeaba.
—Como Alfa de esta manada, rompo el vínculo que me une a Emily Ulric. A partir de este momento, ella ya no es mi Luna.El aire pareció desaparecer del entorno. Un murmullo recorrió la multitud, y Emily sintió un dolor tan intenso que cayó de rodillas. Era como si una parte de su alma hubiera sido arrancada con violencia.
—¿Por qué haces esto? —susurró, levantando la mirada hacia él. Las lágrimas caían sin control.
Brendan no contestó. En su lugar, su hermana menor, Sonya, apareció detrás de él, colocándole una mano en el hombro. Ese simple gesto fue suficiente para que todo encajara en la mente de Emily.
—¿Ella? —sus palabras eran casi inaudibles, rotas por la incredulidad.—Esto no tiene que ver contigo —respondió Brendan, aunque la falta de convicción en su voz lo delataba.
Emily se levantó con dificultad, limpiándose las lágrimas con rabia.
—Lo entenderás tarde o temprano, Brendan. Romper un vínculo destinado no es solo traicionar a la Luna, es traicionarte a ti mismo.Él la ignoró, y su hermana menor esbozó una sonrisa triunfal antes de marcharse con él. Emily se quedó allí, sola, con el corazón destrozado y las miradas de la manada clavadas en ella.
La mansión estaba en completo silencio cuando Emily terminó de empacar lo poco que decidió llevar consigo. Había pasado las últimas horas encerrada en su habitación, inmóvil, sintiendo cómo el peso de la humillación y el dolor la aplastaban. Pero ahora, bajo el manto de la noche, con solo la luz de la luna colándose por las ventanas, supo que no podía quedarse más tiempo.El aire nocturno se colaba por las rendijas de la ventana, helado y cortante, pero ella lo respiraba profundamente como si intentara llenarse de valentía. Cada rincón de la mansión que alguna vez había llamado hogar se sentía ahora como una jaula. Brendan y Alina, los ancianos, los miembros de la manada… todos habían sido partícipes, cómplices, de su caída.Su mirada recorrió por última vez la habitación. Era más grande que cualquier espacio en el que hubiera vivido antes de convertirse en la Luna de la manada. En cada esquina había detalles que alguna vez la hicieron feliz: los cuadros que Brendan le había regalado
El lugar estaba repleto de invitados y no era para menos, todos estaban emocionados por asistir al evento más importante del año. Ningún miembro de la manada Colmillos del Alba quería perderse el matrimonio entre su futuro líder y la luna destinada para él. Era un buen presagio para tiempos venideros, ya que está unión garantizaría la continuación de un nuevo linaje; un nuevo amanecer.Emily Ulric daba vueltas emocionada por la habitación que en unas cuantas horas le pertenecería. Dentro de poco se casaría con su compañero y alfa, aquel era el destino que la Madre Luna le había asignado desde pequeña; era realmente extraño tener una pareja destinada, ya que su vínculo era creado en los cielos.Brendan Faolan. Ese era el nombre del lobo al que estaba unida.También era el nombre del hijo del actual Alfa de la manada y quien, en un futuro, tomaría ese puesto. Ambos habían estado comprometidos desde niños y hoy sería el día en que sellaría el hilo del destino que continuaría llevando a s
La llevó hasta la cama con movimientos cuidadosos, casi reverentes. Emily no podía evitar sentirse vulnerable, pero al mismo tiempo, una sensación de confianza absoluta la envolvía. Este era su compañero, el lobo destinado a estar a su lado.Brendan se apartó un momento, su respiración agitada.—Emily... —Su voz era un susurro cargado de emoción.—Estoy aquí —dijo ella, tomando su rostro entre sus manos. —Estoy contigo.El vínculo que compartían parecía brillar entre ellos, invisible pero palpable. Era como si cada toque, cada mirada, los conectara más profundamente. Brendan bajó la cabeza, presionando un beso en la curva de su cuello, donde pronto quedaría la marca que los uniría para siempre.—¿Confías en mí? —preguntó, mirándola a los ojos.—Siempre —respondió Emily sin dudar.Con un movimiento suave, Brendan la inclinó hacia atrás, inclinándose sobre ella. Sus labios trazaron un camino lento por su piel, y Emily sintió que cada caricia era un juramento silencioso. Las horas pareci
La luna llena bañaba el cielo con su brillo plateado, pero para Emily, su luz parecía una burla. La luna, símbolo de su posición como compañera destinada y Luna de la manada, ahora era una carga que no podía soportar. Era un recordatorio constante de las expectativas que había fallado en cumplir, de las miradas que juzgaban cada paso que daba, y de los susurros que llenaban los pasillos cuando pasaba cerca.Esa tarde, cuando entró al salón principal de la casa, la atmósfera ya estaba cargada de tensión. Los ancianos de la manada, que se reunían con frecuencia para discutir asuntos importantes, habían llegado temprano, como siempre lo hacían cuando la luna llena estaba cerca.Cada uno de ellos tenía el mismo rostro severo, como si llevaran una verdad que nadie más quería escuchar. Pero Emily sabía que esa noche, lo que más les preocupaba no era la luna ni las cacerías, sino algo mucho más personal. Ella.Brendan ya estaba allí, sentado al final de la mesa, rodeado por su familia y los
La tarde estaba teñida de un extraño silencio en la casa principal de la manada. Emily había pasado la mañana fuera, intentando calmarse tras la humillación sufrida durante la reunión con los ancianos.Había caminado por los límites del bosque, buscando algo que la ayudara a recobrar la fuerza que sentía perder cada día. Pero al cruzar el umbral de la mansión, algo se sintió diferente, como si el aire estuviera cargado con un peso nuevo.Brendan no estaba allí para recibirla. No era algo que la sorprendiera. En los últimos meses, sus ausencias habían dejado de ser motivo de preocupación para ella, convirtiéndose en una rutina dolorosa a la que intentaba no prestar atención. Pero esa tarde, una sensación desconocida le hizo detenerse al subir las escaleras hacia su habitación.El pasillo estaba vacío, pero no podía ignorar el leve eco de risas provenientes de una de las habitaciones más cercanas. Una risa familiar y otra, aún más familiar, que le heló la sangre.Era la voz de Lilah, su
El aire fresco de la noche acariciaba su rostro mientras Emily caminaba sin rumbo fijo, los ecos de la conversación con Brendan resonando en su mente. Cada palabra, cada gesto, parecía más distante que el anterior. La sensación de abandono y desesperanza la envolvía, pero, de alguna manera, también la empujaba hacia algo nuevo, algo que aún no comprendía bien. Había llegado a un punto en el que ya no podía seguir viviendo bajo las expectativas de los demás, ni bajo la sombra de un amor que nunca existió.Los árboles susurraban a su paso, y el crujir de las ramas bajo sus pies la hizo detenerse un momento. Sabía que no podía seguir viviendo en ese lugar, en esa vida que había sido impuesta sobre ella. La manada, las presiones, el matrimonio… todo eso ya no era parte de su camino. Tenía que liberarse. El instinto de loba en su interior la empujaba a moverse, a huir, a encontrar su propio lugar en el mundo.Pero, aunque lo deseaba, la incertidumbre de lo que vendría después la aterraba.
El comedor estaba cargado de tensión, como siempre ocurría en las reuniones familiares. Emily se sentó al extremo de la larga mesa de madera, sus manos firmemente entrelazadas sobre su regazo mientras escuchaban las conversaciones que giraban a su alrededor. Era un juego de apariencias: los murmullos sobre la manada, las discusiones sobre alianzas, y las bromas aparentemente inofensivas que ocultaban un veneno que solo ella sentía.Frente a ella, los padres de Brendan, Margaret y William, parecían personificar la perfección alfa. Margaret, siempre impecable, llevaba un collar de perlas que brillaba bajo la luz del candelabro, mientras William se inclinaba hacia Brendan, charlando animadamente sobre el futuro de la manada. Emily, sin embargo, apenas existía en su conversación.A un costado de la mesa, Alina, su hermana menor, reía con Brendan. Esa risa. Era tan despreocupada, tan íntima, que cada carcajada se sentía como un golpe en el pecho de Emily. La conexión entre ellos ya no era