Capítulo 6

El comedor estaba cargado de tensión, como siempre ocurría en las reuniones familiares. Emily se sentó al extremo de la larga mesa de madera, sus manos firmemente entrelazadas sobre su regazo mientras escuchaban las conversaciones que giraban a su alrededor. Era un juego de apariencias: los murmullos sobre la manada, las discusiones sobre alianzas, y las bromas aparentemente inofensivas que ocultaban un veneno que solo ella sentía.

Frente a ella, los padres de Brendan, Margaret y William, parecían personificar la perfección alfa. Margaret, siempre impecable, llevaba un collar de perlas que brillaba bajo la luz del candelabro, mientras William se inclinaba hacia Brendan, charlando animadamente sobre el futuro de la manada. Emily, sin embargo, apenas existía en su conversación.

A un costado de la mesa, Alina, su hermana menor, reía con Brendan. Esa risa. Era tan despreocupada, tan íntima, que cada carcajada se sentía como un golpe en el pecho de Emily. La conexión entre ellos ya no era un secreto. No para ella. Y, sospechaba, tampoco para nadie más en esa casa.

Cuando Margaret se levantó para servir el vino, Emily la observó detenidamente. Había algo en sus movimientos, una deliberación calculada, que siempre había desconcertado a Emily. La matriarca de los Miller tenía un talento para envolver las palabras más crueles en la suavidad de una sonrisa.

—Querida —dijo Margaret de repente, dirigiéndose a Emily con esa voz dulce que ocultaba sus verdaderas intenciones—, espero que no te moleste que hablemos del tema.

Emily levantó la vista, desconcertada. Sabía que no era prudente responder, pero el silencio tampoco la protegería.

—¿A qué te refieres, Margaret? —respondió, manteniendo su tono neutral.

Margaret sonrió, pero sus ojos eran fríos.

—Bueno, creo que es momento de abordar la situación. Es evidente que la manada necesita un heredero. Todos lo sabemos. Y… bueno, querida, han pasado cuatro años. Es natural que estemos preocupados.

La habitación quedó en silencio, excepto por el chasquido del fuego en la chimenea. Emily sintió las miradas de todos sobre ella.

—Hemos hecho todo lo posible —dijo Emily finalmente, tratando de mantener la calma—. A veces las cosas no salen como uno espera.

—Claro, claro —intervino William, su voz grave y autoritaria—. Pero, Emily, debes entender que esto no es solo entre tú y Brendan. La manada depende de ustedes. Y, francamente, no podemos ignorar la situación por más tiempo.

Emily sintió como si alguien le hubiera arrancado el aire de los pulmones. Antes de que pudiera responder, Brendan habló por primera vez.

—Quizá esto no sea algo que Emily pueda controlar —dijo, su tono casi indiferente, mientras jugaba con el tenedor entre sus dedos.

Esa frase. La falta de defensa, el descarado intento de deslindarse de cualquier responsabilidad, fue suficiente para que Emily sintiera que el suelo bajo sus pies temblaba.

—¿De qué estás hablando? —preguntó, sus palabras más duras de lo que había planeado.

Antes de que Brendan pudiera responder, Margaret se adelantó.

—Lo que Brendan quiere decir, querida, es que tal vez necesitamos considerar otras opciones. Opciones más... viables.

Emily la miró con incredulidad.

—¿Opciones?

Margaret sonrió nuevamente, pero esta vez había algo de triunfo en su expresión.

—Sabes que Alina siempre ha sido cercana a Brendan. Tal vez si ella estuviera más involucrada en las responsabilidades de la manada...

Emily no pudo contener la risa amarga que escapó de sus labios.

—¿Estás sugiriendo que mi hermana…? —Su voz tembló, pero no de miedo. Era rabia pura.

Margaret se encogió de hombros con una calma perturbadora.

—No estoy sugiriendo nada, querida. Solo digo que debemos pensar en lo que es mejor para todos.

La humillación quemaba en las mejillas de Emily, pero lo peor era la ausencia de cualquier defensa de Brendan. Él permanecía en silencio, mirando su plato como si nada de esto tuviera que ver con él.

—¿Brendan? —Emily lo llamó, buscando una chispa de decencia en él. Pero cuando levantó la vista, todo lo que encontró fue frialdad.

—Mi madre tiene razón —dijo simplemente.

El impacto de esas palabras fue como un golpe físico. Emily se puso de pie, su silla raspando el suelo, y miró a su alrededor. Las caras de los presentes no mostraban compasión. Algunos de los ancianos asentían, como si estuvieran de acuerdo con Margaret, mientras otros simplemente evitaban su mirada.

—No puedo creer lo que estoy escuchando —dijo Emily, su voz temblando, pero esta vez de furia.

Margaret suspiró con exageración.

—Emily, no lo tomes de manera personal. Esto es por el bien de todos.

—¿Por el bien de todos? —replicó Emily—. ¿Y qué hay de mí? ¿Acaso no importo?

—Claro que importas, querida —respondió Margaret con suavidad—. Pero la manada siempre será lo primero.

Emily sintió un nudo en la garganta, pero no podía permitirse llorar. No frente a ellos. Sin decir una palabra más, salió del comedor, dejando atrás las miradas desaprobatorias y las risitas contenidas.

En el pasillo, el eco de sus pasos parecía amplificar el vacío en su pecho. Era evidente que no tenía aliados en esa casa. La familia de Brendan la había aislado, humillado, y ahora estaban listos para reemplazarla con su propia hermana.

Mientras subía las escaleras hacia su habitación, Emily supo que había llegado al límite. No podía quedarse. No podía seguir soportando la traición, la humillación y la constante sensación de no pertenecer.

—Basta, Emily —intervino Samuel, con un tono que pretendía ser conciliador pero estaba cargado de desdén—. Lo que queremos decirte es que esto no es solo sobre ti. Es sobre toda la manada. Tu infertilidad está poniendo en peligro nuestro futuro.

La palabra “infertilidad” fue como un golpe directo al pecho de Emily. Habían llegado a esa conclusión sin siquiera confirmarlo con ella, y ahora lo usaban como arma para justificar su crueldad.

—¡Ni siquiera saben si es mi culpa! —espetó, mirando a cada uno de los ancianos con una mezcla de desafío y desesperación—. Pero claro, siempre es más fácil culpar a la mujer, ¿no?

Claudina abrió la boca para responder, pero esta vez fue interrumpida por otra voz.

—¿Qué está pasando aquí?

Todos voltearon hacia la entrada, donde Lia, la guerrera de la manada, había aparecido. Lia tenía una presencia imponente, con su cabello recogido en una trenza alta y su postura siempre lista para el combate. Pero lo que más destacaba de ella era su mirada: feroz y, en ese momento, claramente molesta.

—Estamos teniendo una conversación privada, Lia —dijo Claudina, su tono firme.

—¿Privada? —replicó Lia, cruzando los brazos—. ¿Desde cuándo humillar a la Luna frente a todo el consejo es algo privado?

La tensión en la sala aumentó. Emily sintió una oleada de gratitud hacia Lia, quien rara vez se involucraba en los asuntos políticos de la manada, pero que siempre estaba dispuesta a luchar por lo que consideraba justo.

—Esto no te concierne —dijo Hugo, con una mirada dura hacia Lia.

—Claro que me concierne. La manada depende de su liderazgo, y eso incluye respetar a nuestra Luna. Tal vez deberían recordar eso antes de atacarla como buitres.

Hugo bufó, pero no dijo nada más. Samuel, por su parte, parecía considerar las palabras de Lia. Claudina, sin embargo, no estaba dispuesta a ceder.

—No estamos atacándola, solo señalamos lo evidente.

—Lo evidente —repitió Lia, dando un paso adelante—, es que la única razón por la que están aquí es porque son cobardes. Atacar a Emily no resolverá los problemas de la manada.

Emily, que había estado en silencio hasta ese momento, decidió intervenir.

—Gracias, Lia —dijo, con la voz más firme de lo que esperaba—, pero puedo defenderme.

Lia asintió, dándole un vistazo de aprobación antes de retroceder ligeramente, aunque aún manteniendo su postura protectora.

Emily miró nuevamente a los ancianos, sintiendo una nueva fuerza en su interior.

—He soportado mucho durante estos cuatro años. He hecho todo lo posible por cumplir con mis deberes, incluso cuando Brendan me ignoraba, incluso cuando me sentía sola. Pero ya no voy a tolerar que me humillen de esta manera.

Las palabras de Emily parecieron calar en Samuel, quien dio un paso atrás, pero Claudina y Hugo permanecieron inmutables.

—Eso no cambia nada, Emily —dijo Claudina con frialdad—. La manada necesita resultados, no excusas.

Emily respiró hondo, mirando a cada uno de ellos con determinación.

—Entonces tendrán que buscar otra forma de obtenerlos, porque yo no voy a permitir que me usen como chivo expiatorio.

Con eso, Emily salió de la sala, dejando atrás a los ancianos y a Lia, quien la siguió poco después.

—¿Estás bien? —preguntó Lia cuando la alcanzó en el pasillo.

—No —admitió Emily—. Pero lo estaré.

Mientras caminaban juntas hacia la salida, Emily sintió por primera vez en mucho tiempo que tal vez no estaba completamente sola. Lia, al menos, parecía estar de su lado, y eso le daba un poco de esperanza para enfrentar lo que vendría.

Emily y Lia caminaron en silencio hasta el jardín trasero de la mansión, donde la noche envolvía todo con un manto de calma engañosa. Las sombras de los árboles se alargaban bajo la luz de la luna, y el murmullo del viento parecía cantar una canción triste. Emily, sin embargo, no podía permitirse el lujo de la melancolía; su mente seguía girando en torno a las palabras de los ancianos y al peso del apoyo que Brendan tenía de su familia.

—No tienes que enfrentarlos sola, ¿sabes? —dijo Lia de repente, rompiendo el silencio. Su voz era firme, pero había en ella un tono de preocupación que no esperaba escuchar.

Emily se giró hacia ella, notando la tensión en los hombros de la guerrera. Lia no era del tipo que se preocupaba por los conflictos internos de la manada. Su papel estaba en las batallas externas, defendiendo el territorio y asegurando la paz con otras manadas. Que estuviera aquí, poniéndose de su lado, era un acto que Emily no podía tomar a la ligera.

—¿Y quién más lo hará? —respondió Emily con una sonrisa amarga—. Todos están del lado de Brendan. Incluso mis propios padres prefieren callar antes que apoyarme.

Lia frunció el ceño, cruzando los brazos mientras miraba hacia el bosque que rodeaba la mansión.

—Quizás sea hora de cambiar eso. —Hizo una pausa antes de agregar—: Hay más personas en esta manada que están cansadas de la forma en que las cosas se han manejado. Tal vez no lo dicen en voz alta, pero están ahí.

Emily la miró, sorprendida por sus palabras.

—¿A qué te refieres?

—A que no todos en la manada están tan ciegamente a favor de Brendan como él cree. —Lia inclinó la cabeza, sus ojos brillando con determinación—. Incluso algunos guerreros, como yo, creen que este consejo está más preocupado por las apariencias y las tradiciones que por lo que es correcto. Si decides luchar por ti misma, Emily, no estarás sola.

Las palabras de Lia eran poderosas, pero Emily no podía evitar sentir una pizca de escepticismo.

—¿Y qué propones? —preguntó Emily, cruzando los brazos—. ¿Qué se supone que haga? ¿Desafiar al consejo? ¿A Brendan?

Lia dio un paso hacia ella, sus ojos fijos en los de Emily.

—Propongo que te levantes por ti misma. Deja de intentar complacer a todos. Si Brendan quiere seguir su camino, déjalo. Pero tú, Emily, tienes derecho a decidir quién eres y qué quieres. La manada necesita una líder fuerte, no una víctima de las circunstancias.

Emily se quedó en silencio, procesando las palabras de Lia. Había verdad en lo que decía, pero la idea de enfrentarse a todos, de tomar un camino tan incierto, era aterradora. Sin embargo, algo dentro de ella comenzó a encenderse, una chispa de resistencia que no había sentido en mucho tiempo.

Antes de que pudiera responder, un ruido detrás de ellas las hizo girar. Era Samuel, uno de los ancianos, que se acercaba con una expresión que parecía más conciliadora que antes. Detrás de él venía Hugo, todavía con su habitual ceño fruncido.

—Emily, necesitamos hablar contigo —dijo Samuel, con un tono más suave que el que había usado antes.

Lia dio un paso adelante, interponiéndose entre Emily y los ancianos.

—¿Ahora quieren negociar? —preguntó Lia con sarcasmo—. Qué conveniente.

—No estamos aquí para negociar —dijo Hugo, mirando a Lia con desdén—. Esto es un asunto de la manada, no de una guerrera que no sabe su lugar.

—¡Cuidado con lo que dices, anciano! —replicó Lia, su tono cortante.

Samuel levantó una mano, tratando de calmar las aguas.

—No vinimos a pelear, Lia. Solo queremos hablar con Emily.

Emily, sintiendo que no podía evitar la confrontación, levantó una mano para calmar a Lia.

—Está bien. Déjame escuchar lo que tienen que decir.

Samuel asintió y dio un paso adelante, dejando que su compañero permaneciera en la retaguardia.

—Emily, hemos hablado entre nosotros y entendemos que hemos sido duros contigo. Pero la situación es complicada. Brendan es el Alfa, y su decisión de continuar con Alina no es algo que podamos cambiar.

Las palabras golpearon a Emily como una bofetada. A pesar de su tono conciliador, Samuel acababa de validar la traición de Brendan. La furia que había estado reprimiendo se agitó dentro de ella.

—¿Eso es todo? —preguntó, su voz firme—. ¿Vinieron a decirme que acepte el hecho de que mi esposo me traicionó? ¿Que su infidelidad es mi culpa?

—No lo ves así, pero tienes una responsabilidad con la manada —interrumpió Hugo, incapaz de contenerse—. Si no puedes cumplirla, deberías considerar tu posición.

—¿Mi posición? —repitió Emily, incrédula—. ¿Hablas como si yo no fuera la Luna de esta manada? ¡He soportado humillaciones, rechazo, y ahora esto! ¿Y todavía tienes el descaro de decirme que considere mi posición?

Hugo dio un paso atrás, sorprendido por la intensidad de su respuesta. Incluso Samuel parecía incómodo. Lia, por su parte, sonrió con aprobación.

—Bien dicho —murmuró Lia, lo suficientemente alto como para que los ancianos la escucharan.

Emily respiró hondo, tratando de calmarse. Sabía que perder el control solo les daría más razones para cuestionarla. Pero en ese momento, una cosa quedó clara para ella: ya no podía seguir permitiendo que otros definieran su vida.

—No voy a seguir siendo el blanco de sus críticas ni de las expectativas injustas de esta manada —dijo Emily, con voz firme—. Si Brendan quiere a Alina, que se quede con ella. Pero no esperen que yo siga siendo parte de este juego.

Con esas palabras, se giró hacia Lia.

—¿Vienes? —preguntó.

—Siempre —respondió Lia, lanzando una última mirada desafiante a los ancianos antes de seguir a Emily hacia la noche.

Mientras se alejaban, Emily sintió algo diferente. No era solo rabia ni tristeza; era la sensación de que había dado el primer paso hacia algo nuevo. No sabía exactamente qué vendría después, pero por primera vez en mucho tiempo, sentía que tenía el control de su destino.

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