La luna llena bañaba el cielo con su brillo plateado, pero para Emily, su luz parecía una burla. La luna, símbolo de su posición como compañera destinada y Luna de la manada, ahora era una carga que no podía soportar. Era un recordatorio constante de las expectativas que había fallado en cumplir, de las miradas que juzgaban cada paso que daba, y de los susurros que llenaban los pasillos cuando pasaba cerca.
Esa tarde, cuando entró al salón principal de la casa, la atmósfera ya estaba cargada de tensión. Los ancianos de la manada, que se reunían con frecuencia para discutir asuntos importantes, habían llegado temprano, como siempre lo hacían cuando la luna llena estaba cerca.
Cada uno de ellos tenía el mismo rostro severo, como si llevaran una verdad que nadie más quería escuchar. Pero Emily sabía que esa noche, lo que más les preocupaba no era la luna ni las cacerías, sino algo mucho más personal. Ella.
Brendan ya estaba allí, sentado al final de la mesa, rodeado por su familia y los consejeros. Su mirada evitó la de Emily cuando entró, como si fuera una presencia incómoda en su propia casa. El silencio que siguió a su entrada era denso, pesado. Nadie hablaba, pero todos la observaban. No necesitaba escuchar las palabras para saber lo que pensaban. El silencio era más que suficiente.
El salón parecía más frío de lo normal, a pesar de la chimenea encendida. El murmullo de los ancianos se desvaneció en cuanto Emily cruzó la puerta. Sus miradas, unas severas y otras apenas disfrazadas de compasión, cayeron sobre ella como una red de juicio.
—Emily, la Luna. —La voz de Samuel, el anciano de mayor rango, resonó con gravedad. Era un hombre de cabello blanco y espalda encorvada, pero sus ojos tenían la intensidad de alguien acostumbrado a liderar con mano de hierro. Él había sido el alfa antes que Brendan, y su influencia en la manada seguía siendo indiscutible.
Emily se detuvo en seco, sin saber si debía responder o avanzar.
"Emily, la Luna", pensó con amargura. Un título que le quedaba grande, uno que parecía imposible de alcanzar. Los años de matrimonio no la habían preparado para lo que ahora se veía obligada a soportar.
—Por favor, siéntate. —La voz de Brendan la hizo sobresaltarse. Era baja, casi carente de emoción, pero al menos indicaba que debía tomar su lugar junto a él.
Se acercó a la mesa, manteniendo la postura erguida, con los ojos fijos en el lugar donde su esposo se encontraba, aunque no podía encontrar en él el apoyo que necesitaba. Los ojos de los ancianos caían sobre ella, pesados y acusadores, como si todo lo que había hecho en los últimos cuatro años fuera una cadena de fracasos.
Emily estaba esforzándose por mantener la cabeza en alto, aunque sentía que cada mirada la despojaba de una parte de sí misma. El silencio se hizo más pesado una vez que estuvo sentada. Finalmente, fue Claudia, una de las ancianas más vocales, quien habló.
—Hemos esperado cuatro años, Emily. —Su voz era tan cortante como el filo de una espada. Era una mujer alta y delgada, con un aire de superioridad que la hacía intimidante. —Cuatro años desde que te uniste a nuestra manada como Luna, y aún no hemos visto un heredero. Esto es inaceptable.
Emily apretó las manos bajo la mesa, tratando de contener la frustración y la humillación que crecían dentro de ella. Sintió cómo su estómago se revolvía ante las palabras. La presión estaba ahí, palpable, como una sombra que no la dejaba respirar. El murmullo de los ancianos alrededor aumentaba, y ella notaba cómo sus ojos se fijaban en ella, cargados de expectativas.
—Entiendo las preocupaciones de la manada —dijo, esforzándose por mantener la calma. —Pero no creo que este sea un asunto que deba discutirse en público.
—¿En público? —replicó Claudia con una sonrisa burlona. —Esto no es público, Luna. Es una reunión de líderes, de aquellos que tienen el deber de asegurar el futuro de nuestra manada. Y tú, como Luna, tienes un rol esencial en ese futuro.
—Eso no significa que las cosas sean tan simples como ustedes creen. —La voz de Emily se quebró ligeramente, pero no retrocedió.
—No hemos visto progreso —continuó otro anciano, uno de los más viejos y respetados de la manada. Su tono era aún más hiriente que el anterior. —El linaje de la manada necesita ser fortalecido. Necesitamos una Luna que dé herederos. Brendan está en su derecho de esperar una sucesora para su reinado.
Esas palabras golpearon a Emily con la fuerza de un latigazo. El aire en la sala parecía volverse más denso, y su pecho se apretaba bajo la presión de la conversación. Se sintió pequeña, insignificante. Todo lo que había hecho, todo lo que había sido, ya no parecía suficiente. La manada esperaba más de ella. La manada necesitaba más.
Brendan no dijo nada. No movió ni un dedo, como si todo esto no fuera nada que le concerniera. Y en ese momento, Emily comprendió que en su matrimonio había algo roto que ni siquiera él parecía dispuesto a reparar.
—Emily tiene razón. —La voz de una mujer joven sorprendió a todos.
Era Lia, una guerrera recién ascendida al consejo menor. Aunque su posición no le daba mucha autoridad, había demostrado ser una líder prometedora. Lia tenía cabello castaño oscuro y ojos brillantes, y siempre llevaba un aire desafiante, incluso frente a los ancianos.
—¿Qué estás diciendo, Lia? —preguntó Samuel, frunciendo el ceño.
—Solo que no es justo que toda la responsabilidad recaiga sobre Emily. —Lia cruzó los brazos y miró directamente a Brendan. —Ambos son parte de este vínculo. Tal vez deberíamos preguntarle al alfa por qué las cosas no han funcionado.
El murmullo que siguió a sus palabras fue inmediato. Nadie había osado cuestionar a Brendan en público antes, y mucho menos una guerrera tan joven.
—Cuidado con tus palabras, Lia. —La voz de Brendan era fría, pero había una advertencia subyacente.
—No me malinterpretes, alfa. —Lia sostuvo su mirada. —Solo digo que, si vamos a buscar culpables, tal vez deberíamos empezar por ambos lados.
Emily sintió un atisbo de gratitud hacia Lia, pero sabía que eso solo complicaría las cosas. Brendan era conocido por su temperamento reservado, pero también por su orgullo.
—No estamos aquí para discutir quién tiene la culpa —intervino Claudia, intentando retomar el control. —Estamos aquí para encontrar una solución. Y si Emily no puede cumplir su rol como Luna, tal vez deberíamos reconsiderar...
—La Luna de la manada no puede seguir sin cumplir su propósito —dijo una mujer de voz firme, Amara, que también formaba parte de los ancianos. Su mirada fija y severa hacía que Emily sintiera un escalofrío recorrer su espalda. —Una manada fuerte necesita una líder capaz de garantizar su futuro. Si no está dispuesta a dar herederos, entonces debemos reconsiderar su lugar en este clan.
Emily se quedó en silencio, sus manos apretadas a los costados. Sabía que esta conversación era inevitable. Los murmullos sobre su incapacidad para darle a Brendan un hijo ya se habían vuelto un tema de conversación en cada rincón de la manada. Las expectativas, las miradas, las acusaciones... todo se había acumulado como una montaña que parecía aplastarla.
Finalmente, Brendan levantó la mirada hacia ella, pero no dijo nada. Se limitó a observarla con una expresión vacía, como si no le importara ni lo más mínimo lo que los demás pensaran. Emily había esperado que al menos él dijera algo en su defensa, pero nada. Solo el vacío.
—Si la Luna no puede cumplir su rol, entonces su posición está en duda —sentenció Samule, quien había hablado primero, su voz implacable. —Las reglas son claras, y la manada necesita estabilidad. Si Emily no puede proporcionar lo que se espera de ella, entonces habrá consecuencias.
—¡Basta! —La voz de Brendan resonó en el salón, cortando a Samuel en seco. Por primera vez, Emily vio algo más que indiferencia en su expresión.
El silencio que siguió fue casi ensordecedor. Todos los ojos estaban puestos en Brendan, esperando que continuara. Pero él solo se levantó de su asiento, su mirada pasando brevemente por Emily antes de salir del salón sin decir una palabra más.
El murmullo volvió a llenar el espacio, pero Emily no pudo quedarse más. Se levantó también, ignorando las protestas de Samuel, Amara y Claudia y salió tras Brendan.
En el pasillo, alcanzó a ver a Brendan caminando hacia su despacho.
—Brendan, espera.
Él se detuvo, pero no se giró.
—¿Qué quieres, Emily? —preguntó, su voz cargada de cansancio.
—Quiero saber por qué no dices nada. Por qué no me defiendes cuando sabes que esto no es solo mi culpa.
Brendan finalmente se giró, y su mirada estaba llena de una mezcla de emociones que Emily no pudo descifrar.
—¿Qué esperas que diga? —replicó. —¿Que todo esto es culpa mía? ¿Que yo soy el problema? Porque eso no cambiaría nada.
—No espero que admitas algo que no es cierto, pero al menos podrías estar de mi lado. —Emily sintió cómo las lágrimas amenazaban con caer, pero se obligó a mantenerse firme. —Podrías actuar como si te importara.
Brendan la miró por un momento más, antes de suspirar y sacudir la cabeza.
—No estoy en contra tuya, Emily. Pero tampoco puedo ignorar lo que necesita la manada.
—¿Y qué hay de lo que necesito yo? —preguntó ella, su voz temblando.
Brendan no respondió. Simplemente se dio la vuelta y continuó hacia su despacho, dejándola sola en el pasillo.
Emily salió al jardín, buscando un respiro del aire pesado de la mansión. Se sentó en uno de los bancos, dejando que el viento fresco acariciara su rostro.
—No deberías dejar que te hablen así.
La voz de Lia la sobresaltó. La joven guerrera se acercó y se sentó junto a ella, con una expresión seria.
—No es tan simple como parece —respondió Emily, sin mirarla.
—Nada en esta vida lo es. —Lia se encogió de hombros. —Pero eso no significa que debas quedarte callada mientras te culpan de todo.
Emily suspiró, sintiéndose más cansada que nunca.
—Gracias por defenderme allá adentro. Pero no tenías que hacerlo.
—Sí, tenía que hacerlo. —Lia la miró directamente. —Porque alguien tiene que recordarle a esta manada que no somos perfectos. Y tú no deberías cargar con toda esta presión sola.
Emily no respondió. Solo miró hacia la luna, preguntándose si alguna vez encontraría una salida a todo esto. En ese momento, su decisión comenzó a formarse. Una decisión que cambiaría todo.
Con ese pensamiento, Emily dio media vuelta y se alejó de la mansión, con el corazón lleno de una tristeza profunda y una decisión aún más profunda: ya no lucharía por un lugar que no quería para ella.
A medida que caminaba por los pasillos de la mansión, se dio cuenta de que las cosas ya no podían seguir como antes. La manada había hablado, y lo que querían de ella era claro: un heredero. Un hijo que asegurara el futuro de la manada, un futuro que ella no podía darle.
Cuando llegó al jardín, respiró profundamente, tratando de calmar su mente. El viento la acariciaba, pero su corazón seguía agitado.
¿Qué se suponía que debía hacer ahora?
No podía cambiar lo que estaba sucediendo. Brendan ya no era el hombre con el que se había casado. Y la manada, en su desesperación por asegurar su futuro, había dejado claro que no tenía cabida para alguien que no pudiera cumplir con sus expectativas.
Finalmente, Emily miró hacia el cielo, buscando consuelo en la luna llena. Pero, como siempre, la luna no ofrecía respuestas. Solo permanecía allí, indiferente, como la manada, como Brendan, como todo lo que había sido parte de su vida, y que ahora sentía tan lejano.
Ella estaba sola, completamente sola. Y ahora, las expectativas del clan no eran solo una carga sobre sus hombros. Eran la prueba definitiva de que no importaba lo que hiciera, siempre sería insuficiente para ellos. Y, en el fondo, sabía que no importaba cuánto intentara, nunca sería suficiente para Brendan tampoco.
La tarde estaba teñida de un extraño silencio en la casa principal de la manada. Emily había pasado la mañana fuera, intentando calmarse tras la humillación sufrida durante la reunión con los ancianos.Había caminado por los límites del bosque, buscando algo que la ayudara a recobrar la fuerza que sentía perder cada día. Pero al cruzar el umbral de la mansión, algo se sintió diferente, como si el aire estuviera cargado con un peso nuevo.Brendan no estaba allí para recibirla. No era algo que la sorprendiera. En los últimos meses, sus ausencias habían dejado de ser motivo de preocupación para ella, convirtiéndose en una rutina dolorosa a la que intentaba no prestar atención. Pero esa tarde, una sensación desconocida le hizo detenerse al subir las escaleras hacia su habitación.El pasillo estaba vacío, pero no podía ignorar el leve eco de risas provenientes de una de las habitaciones más cercanas. Una risa familiar y otra, aún más familiar, que le heló la sangre.Era la voz de Lilah, su
El aire fresco de la noche acariciaba su rostro mientras Emily caminaba sin rumbo fijo, los ecos de la conversación con Brendan resonando en su mente. Cada palabra, cada gesto, parecía más distante que el anterior. La sensación de abandono y desesperanza la envolvía, pero, de alguna manera, también la empujaba hacia algo nuevo, algo que aún no comprendía bien. Había llegado a un punto en el que ya no podía seguir viviendo bajo las expectativas de los demás, ni bajo la sombra de un amor que nunca existió.Los árboles susurraban a su paso, y el crujir de las ramas bajo sus pies la hizo detenerse un momento. Sabía que no podía seguir viviendo en ese lugar, en esa vida que había sido impuesta sobre ella. La manada, las presiones, el matrimonio… todo eso ya no era parte de su camino. Tenía que liberarse. El instinto de loba en su interior la empujaba a moverse, a huir, a encontrar su propio lugar en el mundo.Pero, aunque lo deseaba, la incertidumbre de lo que vendría después la aterraba.
El comedor estaba cargado de tensión, como siempre ocurría en las reuniones familiares. Emily se sentó al extremo de la larga mesa de madera, sus manos firmemente entrelazadas sobre su regazo mientras escuchaban las conversaciones que giraban a su alrededor. Era un juego de apariencias: los murmullos sobre la manada, las discusiones sobre alianzas, y las bromas aparentemente inofensivas que ocultaban un veneno que solo ella sentía.Frente a ella, los padres de Brendan, Margaret y William, parecían personificar la perfección alfa. Margaret, siempre impecable, llevaba un collar de perlas que brillaba bajo la luz del candelabro, mientras William se inclinaba hacia Brendan, charlando animadamente sobre el futuro de la manada. Emily, sin embargo, apenas existía en su conversación.A un costado de la mesa, Alina, su hermana menor, reía con Brendan. Esa risa. Era tan despreocupada, tan íntima, que cada carcajada se sentía como un golpe en el pecho de Emily. La conexión entre ellos ya no era
La mañana siguiente amaneció gris y fría, como si el cielo reflejara la tormenta que se desataba en el interior de Emily. El eco de sus palabras resonaba en la mente de todos los que habían estado presentes en el enfrentamiento la noche anterior. Pero esa no sería la única batalla que Emily tendría que librar.La tensión era palpable mientras los miembros de la manada se reunían en el salón principal de la mansión. Había una convocatoria urgente, una reunión que nadie podía ignorar. Los ancianos estaban allí, sentados en sus sillas de alto respaldo, con expresiones de severidad y juicio. Brendan, el Alfa, se encontraba de pie en el centro, con Alina a su lado. La cercanía entre ellos era una puñalada en el corazón de Emily.Emily entró al salón con la cabeza en alto, negándose a mostrar debilidad, aunque por dentro cada paso que daba la hacía sentir como si estuviera caminando hacia su propia ejecución. A su lado estaba Lia, su única aliada, con una mirada de acero que parecía desafia
La mansión estaba en completo silencio cuando Emily terminó de empacar lo poco que decidió llevar consigo. Había pasado las últimas horas encerrada en su habitación, inmóvil, sintiendo cómo el peso de la humillación y el dolor la aplastaban. Pero ahora, bajo el manto de la noche, con solo la luz de la luna colándose por las ventanas, supo que no podía quedarse más tiempo.El aire nocturno se colaba por las rendijas de la ventana, helado y cortante, pero ella lo respiraba profundamente como si intentara llenarse de valentía. Cada rincón de la mansión que alguna vez había llamado hogar se sentía ahora como una jaula. Brendan y Alina, los ancianos, los miembros de la manada… todos habían sido partícipes, cómplices, de su caída.Su mirada recorrió por última vez la habitación. Era más grande que cualquier espacio en el que hubiera vivido antes de convertirse en la Luna de la manada. En cada esquina había detalles que alguna vez la hicieron feliz: los cuadros que Brendan le había regalado
El lugar estaba repleto de invitados y no era para menos, todos estaban emocionados por asistir al evento más importante del año. Ningún miembro de la manada Colmillos del Alba quería perderse el matrimonio entre su futuro líder y la luna destinada para él. Era un buen presagio para tiempos venideros, ya que está unión garantizaría la continuación de un nuevo linaje; un nuevo amanecer.Emily Ulric daba vueltas emocionada por la habitación que en unas cuantas horas le pertenecería. Dentro de poco se casaría con su compañero y alfa, aquel era el destino que la Madre Luna le había asignado desde pequeña; era realmente extraño tener una pareja destinada, ya que su vínculo era creado en los cielos.Brendan Faolan. Ese era el nombre del lobo al que estaba unida.También era el nombre del hijo del actual Alfa de la manada y quien, en un futuro, tomaría ese puesto. Ambos habían estado comprometidos desde niños y hoy sería el día en que sellaría el hilo del destino que continuaría llevando a s
La llevó hasta la cama con movimientos cuidadosos, casi reverentes. Emily no podía evitar sentirse vulnerable, pero al mismo tiempo, una sensación de confianza absoluta la envolvía. Este era su compañero, el lobo destinado a estar a su lado.Brendan se apartó un momento, su respiración agitada.—Emily... —Su voz era un susurro cargado de emoción.—Estoy aquí —dijo ella, tomando su rostro entre sus manos. —Estoy contigo.El vínculo que compartían parecía brillar entre ellos, invisible pero palpable. Era como si cada toque, cada mirada, los conectara más profundamente. Brendan bajó la cabeza, presionando un beso en la curva de su cuello, donde pronto quedaría la marca que los uniría para siempre.—¿Confías en mí? —preguntó, mirándola a los ojos.—Siempre —respondió Emily sin dudar.Con un movimiento suave, Brendan la inclinó hacia atrás, inclinándose sobre ella. Sus labios trazaron un camino lento por su piel, y Emily sintió que cada caricia era un juramento silencioso. Las horas pareci