Capítulo 4

La tarde estaba teñida de un extraño silencio en la casa principal de la manada. Emily había pasado la mañana fuera, intentando calmarse tras la humillación sufrida durante la reunión con los ancianos.

Había caminado por los límites del bosque, buscando algo que la ayudara a recobrar la fuerza que sentía perder cada día. Pero al cruzar el umbral de la mansión, algo se sintió diferente, como si el aire estuviera cargado con un peso nuevo.

Brendan no estaba allí para recibirla. No era algo que la sorprendiera. En los últimos meses, sus ausencias habían dejado de ser motivo de preocupación para ella, convirtiéndose en una rutina dolorosa a la que intentaba no prestar atención. Pero esa tarde, una sensación desconocida le hizo detenerse al subir las escaleras hacia su habitación.

El pasillo estaba vacío, pero no podía ignorar el leve eco de risas provenientes de una de las habitaciones más cercanas. Una risa familiar y otra, aún más familiar, que le heló la sangre.

Era la voz de Lilah, su hermana menor.

Emily dudó. Su corazón comenzó a latir con fuerza, como si intentara advertirle que se detuviera, que no siguiera adelante. Pero su mente, impulsada por una mezcla de sospecha y temor, no le permitió quedarse quieta. Con pasos silenciosos, se acercó a la puerta entreabierta y, al mirar por la rendija, sintió que el mundo bajo sus pies se desmoronaba.

Brendan estaba allí, inclinado sobre Lilah, su mano rozando la mejilla de la joven con una intimidad que no podía confundirse.

—No podemos seguir así —susurró Lilah, aunque su voz no sonaba del todo convencida.

Brendan sonrió, un gesto que Emily no había visto en años, y que ahora parecía una burla cruel.

—No tienes nada de qué preocuparte —dijo él, su tono cálido y seguro, tan distinto del hielo con el que solía hablarle a Emily. —Todo saldrá como queremos.

Emily retrocedió, sintiendo cómo la traición se clavaba en su pecho como una daga. El aire se le hizo escaso, y tuvo que apoyarse contra la pared para no caer. No necesitaba más explicaciones. Lo que veía era suficiente.

Sin embargo, antes de que pudiera moverse, un sonido llamó la atención de Brendan, y él se giró hacia la puerta. Sus ojos se encontraron con los de Emily, y por un breve instante, pareció sorprendido. Pero la sorpresa fue reemplazada rápidamente por una fría indiferencia.

—Emily —dijo, como si no acabara de ser descubierto en una traición tan profunda.

Lilah, por su parte, palideció. Su hermana, que siempre había sido la favorita de todos, incluso de sus propios padres, ahora parecía pequeña y vulnerable, como una niña atrapada en un juego demasiado grande para ella.

Emily respiró hondo, intentando encontrar las palabras, pero lo único que salió de sus labios fue un susurro cargado de incredulidad.

—¿Cómo pudiste?

Brendan no respondió de inmediato. En lugar de eso, se acercó lentamente, cerrando la puerta tras de sí para que Lilah no pudiera intervenir.

—Esto no es lo que piensas —dijo finalmente, su tono casi despreocupado, como si pudiera convencerla de ignorar lo que acababa de presenciar.

Emily dejó escapar una risa amarga, incapaz de contener la furia y la desesperación que hervían dentro de ella.

—¿No es lo que pienso? —repitió, con la voz temblando de rabia. —Te vi, Brendan. Vi cómo la tocabas.

Él no negó nada. Solo la miró con esa misma frialdad que había aprendido a temer en los últimos años.

—No tiene sentido que hagas esto más grande de lo que es —dijo, cruzando los brazos como si estuviera lidiando con un niño molesto.

Esa indiferencia fue la chispa que desató el fuego en Emily. Todo el dolor, la humillación, y la frustración acumulados durante los años de su matrimonio estallaron en ese momento.

—¿Hacer esto más grande de lo que es? —gritó, sintiendo cómo las lágrimas quemaban sus ojos. —¡Has estado viéndola! ¡A mi hermana! ¿Cómo puedes siquiera justificar algo así?

Brendan no se inmutó ante su reacción. Si acaso, parecía aún más molesto.

—Esto no tiene nada que ver contigo, Emily —respondió con calma. —La manada necesita un heredero, algo que tú no has podido darme.

El golpe fue directo al corazón. Emily retrocedió un paso, sintiendo cómo esas palabras la atravesaban con más fuerza que cualquier otra cosa que él hubiera dicho antes.

—¿Entonces esta es tu solución? —preguntó, su voz rota por la incredulidad. —¿Engañarme con mi propia hermana?

Antes de que Brendan pudiera responder, Lilah salió de la habitación, su rostro lleno de lágrimas.

—Emily, por favor... no es lo que parece.

Pero Emily no podía escucharla. No quería escucharla. Todo lo que veía era la traición, no solo de su esposo, sino de su propia sangre.

—¿No es lo que parece? —repitió, girándose hacia Lilah. —¿Desde cuándo? ¿Desde cuándo has estado detrás de mi esposo?

Lilah rompió en llanto, pero no ofreció una respuesta clara. Brendan, por su parte, parecía más interesado en poner fin a la escena que en enfrentar las consecuencias de sus acciones.

—Esto no tiene sentido —dijo con impaciencia. —Lo único que importa es el futuro de la manada.

Emily lo miró, y en ese momento supo que no quedaba nada entre ellos. Brendan no la veía como su compañera, como su igual, ni siquiera como su esposa. Solo era un obstáculo para lo que él consideraba "el futuro".

—Si tanto te importa el futuro de la manada —dijo finalmente, con una calma que sorprendió incluso a ella misma —, entonces ya no tienes que preocuparte por mí.

Antes de que Brendan pudiera replicar, se escucharon voces en el piso de abajo. Los ancianos de la manada habían llegado, acompañados por Margot, la madre de Brendan, y Adeline, la madre de Emily y Lilah. Las risas y conversaciones se detuvieron al percibir la tensión en el ambiente.

—¿Qué ocurre aquí? —preguntó Margot con una voz cortante, subiendo las escaleras con paso firme.

Emily no perdió el tiempo.

—Tu hijo ha estado viéndose con mi hermana.

Un murmullo recorrió a los ancianos, quienes se miraron entre sí con expresiones de desconcierto. Adeline puso una mano en el pecho, fingiendo sorpresa.

—Emily, cariño, debes estar equivocada. Brendan nunca haría algo así.

—¿De verdad, mamá? —preguntó Emily, girándose hacia ella. —¿Me estás llamando mentirosa frente a toda la manada?

Adeline titubeó, pero antes de que pudiera responder, Orson, el líder del consejo de ancianos, dio un paso al frente. Era un hombre de mirada dura, conocido por su rigidez y su lealtad al orden establecido.

—Emily, una acusación de este calibre no debe tomarse a la ligera —dijo con gravedad.

—No es una acusación, Orson. Es un hecho —insistió Emily. —Vi a Brendan con Lilah.

—Eso no prueba nada —intervino Margot, con un tono más frío. —Quizá malinterpretaste lo que viste.

Emily rió amargamente.

—¿Malinterpreté? Claro, porque todo se trata de proteger la imagen de tu perfecto hijo, ¿no?

—¡Basta! —rugió Brendan, su voz llenando el espacio.

El silencio que siguió fue tan denso que parecía cortar el aire. Brendan miró a Emily con una mezcla de desprecio y cansancio.

—Esto no es algo que debamos discutir frente a los ancianos ni frente a las madres.

—¿Por qué no? —preguntó Emily, dando un paso hacia él. —¿Porque te conviene mantenerlo en secreto?

Adeline aprovechó el momento para tomar a Lilah del brazo y llevarla hacia el final del pasillo, lejos del alcance de Emily.

—Emily, por favor, esto no es lo que parece —dijo Lilah, con los ojos llenos de lágrimas.

—Entonces, ¿qué es? —respondió Emily, con un nudo en la garganta. —Explícame, porque de verdad no entiendo cómo mi hermana, mi propia sangre, pudo hacerme algo así.

Lilah intentó responder, pero las palabras se le atoraron en la garganta. Adeline, viendo la situación, intervino.

—Emily, estás actuando de manera irracional. Estas cosas... pasan.

—¿Pasan? —repitió Emily, con incredulidad. —¿Es eso lo que piensas, mamá? ¿Que la traición simplemente “pasa”?

Adeline no respondió. En cambio, miró a Brendan como buscando apoyo, pero él permaneció en silencio.

Orson, el consejero de Brendan,  alzó una mano, llamando la atención de todos.

—Suficiente. Este tema será discutido en privado. Por ahora, cada uno debe retirarse a sus habitaciones.

—No voy a ningún lado —declaró Emily, desafiándolo con la mirada. —Estoy cansada de los secretos y las excusas. Brendan me debe una explicación aquí y ahora.

Brendan suspiró profundamente, como si cargar con el peso de la conversación fuera un sacrificio demasiado grande.

—Emily, no hay nada más que decir. Si quieres seguir haciendo un espectáculo, adelante, pero yo no participaré en esto.

Sus palabras fueron la gota que colmó el vaso.

—Perfecto —dijo Emily, con la voz temblorosa pero decidida. —Si no quieres participar, entonces no lo hagas. Pero no esperes que me quede aquí soportando esto un segundo más.

—Esta discusión ha terminado —declaró Brendan, con una autoridad que hizo que incluso los ancianos inclinaran la cabeza.

Pero Emily no estaba dispuesta a ceder.

—Tienes razón. Ha terminado. Porque no pienso seguir siendo tu Luna ni tu esposa.

Las palabras cayeron como un martillo, dejando a todos en silencio. Brendan no mostró reacción alguna, pero Margot apretó los labios, claramente incómoda.

Orson intervino.

—Emily, reconsidera tus palabras. Una ruptura en el vínculo puede tener consecuencias graves para la manada.

—¿Y qué hay de las consecuencias de un líder que traiciona a su pareja destinada? —respondió ella, enfrentándolo con la mirada. —¿Acaso eso no es igual de grave?

Los murmullos entre los ancianos aumentaron, mientras Margot y Adeline intentaban restablecer el orden. Pero Emily ya no escuchaba. Sus pies la llevaron fuera de la casa, dejando atrás las miradas de desaprobación y la frialdad de Brendan.

Orson no respondió, pero su expresión dejó claro que no estaba de acuerdo. Emily, sin embargo, ya no le importaba.

Sin esperar una respuesta, Emily giró sobre sus talones y salió de la casa. Caminó hasta el bosque, donde el frío viento de la noche la recibió como un abrazo. Su corazón estaba roto, pero su determinación era más fuerte que nunca.

En medio del bosque Emily se encontró con Greta, una mujer ya entrada en años, conocida por su carácter amable y su habilidad para leer a las personas. Sin embargo, también era rechazada por su comportamiento excéntrico al punto de que la consideraban la loca del pueblo.

Greta estaba sentada en el suelo, disfrutando de la grama, en cuanto la oyó, levantó la vista, observándola con una mezcla de curiosidad y tristeza.

—Emily —la llamó suavemente.

Emily se detuvo, aunque no estaba de humor para una conversación.

—¿Qué quieres, Greta?

—Solo quería recordarte que, incluso en los momentos más oscuros, siempre hay una salida.

Emily la miró, buscando en sus palabras algún tipo de consuelo, pero no encontró nada.

—No lo entiendes —respondió, sacudiendo la cabeza.

—Quizá no entiendo todo, pero sé que eres más fuerte de lo que crees —dijo Greta.

Emily no respondió. Simplemente continuó su camino, sabiendo que las palabras de Greta, aunque bien intencionadas, no eran suficientes para sanar la herida que acababa de abrirse.

Brendan había cruzado una línea que no podía perdonar, y Lilah... Lilah nunca sería la misma para ella. Ya no era solo la presión de la manada la que pesaba sobre sus hombros, sino la traición más profunda que podía imaginar.

El aire frío de la noche le golpeó el rostro, pero no hizo nada para aliviar el fuego que ardía dentro de ella. Caminó hacia el bosque, sin rumbo fijo, dejando que la oscuridad la envolviera.

Emily sabía que había cruzado un punto sin retorno. Su corazón estaba roto, pero su espíritu estaba decidido a no ser destruido.

Con los ojos fijos en la luna llena, Emily hizo un juramento silencioso. No volvería a ser la víctima. No volvería a permitir que nadie, ni Brendan ni la manada, la definiera. Su mundo había cambiado para siempre, y ahora tenía que encontrar su propio camino, aunque tuviera que hacerlo sola.

Ella decidiría su propio destino.

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