Elías
Regresé a la casa de la manada con el corazón pesado. Irene y Diego se unieron a mí en mi oficina, para discutir todo lo que había ocurrido hasta ese momento, pero no tenía palabras que ofrecer, ni ganas de hablar de nada. Mi mundo se había desmoronado y no tenía a nadie más a quien culpar que a mí mismo.
Rena habría estado conmigo si tan solo le hubiera creído, si tan solo le hubiera dicho que confiaba en ella.
Escuché pasos acercándose a la puerta de la oficina y Josué entró con una expresión rígida al informar. —Todavía no hemos encontrado a Edna.
Miré el cielo gris oscuro a través de la ventana y respondí lentamente. —Ya veo.
—Pero ya he enviado un equipo de búsqueda para encontrarla. Estoy seguro de que la encontraremos —sonaba enfadado—. No dejaré escapar a nadie que se atreva a ocultarnos información tan vital —escupió.
—Pero no fuiste muy cooperativo cuando Diego nos dijo que Edna estaba mintiendo —intervino Irene, y me volví hacia ellos.
Las cejas de Josué se fruncieron