ELÍAS
—¿Carlos se encargó de Natalia? —Mi voz estaba cargada de confusión—. ¿Cuándo?
Renata me miró con una confianza inquebrantable.
—¿Eso es lo que te dijo? —pregunté. Ese bastardo. Mintió.
Renata frunció el ceño.
—No importa lo que me haya dicho —suspiró, bajando la mirada—. ¿Por qué estoy perdiendo mi tiempo hablando contigo? —murmuró, dándose la vuelta para marcharse—. Adiós, Alfa Elías.
La agarré por la muñeca.
—Renata, espera. Hay algo de lo que necesito hablarte.
Su espalda se tensó y lentamente volvió a mirarme. Su largo cabello cayó sobre mi chaqueta, su aroma floral me excitaba. Luché contra el impulso de atraerla hacia mí y besarla hasta dejarla sin aliento. Después de la ser madre, se había vuelto más sexy.
—Suéltame —dijo con firmeza.
Me di cuenta de que todavía estoy sujetando su muñeca. La solté a regañadientes, observándola girarse completamente hacia mí. Sus ojos verdes, escondidos bajo esas largas pestañas, ardían de rabia.
— No tengo tiempo para esto, Alfa Elías —s