Habían pasado semanas desde aquella noche en el salón del consejo, y mientras los días caían uno tras otro como hojas arrancadas de un libro viejo, dos fuerzas opuestas crecían en silencio, tejiendo los hilos de una guerra que aún no tenía rostro, pero sí intención.
Por un lado, Gloria.
La mujer que alguna vez fue considerada la luna perfecta “hermosa, impoluta y feroz cuando era necesario” había mutado en algo más complejo y más peligroso. Se había sacudido la vergüenza como una piel vieja y marchita, y ahora caminaba entre sombras con la frente en alto, como una reina desterrada decidida a recuperar su trono, aunque tuviera que incendiar el mundo para ello.
Viajaba más allá de los límites del territorio lycan. Sus pasos resonaban en pasillos húmedos de fortalezas olvidadas, en catedrales cubiertas por musgo, en ruinas donde la oscuridad aún conservaba nombre y memoria. Sitios que incluso los más viejos preferían no recordar.
Esa noche, el eco de su taconeo rompió el silencio de u