Capítulo 70. El Santuario de Madera
El camino de tierra que conducía a la cabaña parecía más largo que de costumbre.
Quizás era el peso de mi vientre, o quizás era la ansiedad que me recorría la columna vertebral, pero cada bache del sendero me recordaba que nos estábamos alejando del mundo para encerrarnos en nuestro propio universo.
Al detener el auto, el silencio del bosque de Texas nos rodeó como un abrazo protector.
Alejandro apagó el motor y se quedó un momento mirando hacia la estructura de madera. La cabaña seguía igual: rústica, solitaria, guardando entre sus paredes los ecos de nuestros primeros encuentros prohibidos.
—Ya estamos aquí —susurró él, rompiendo el silencio.
Se bajó del auto y, antes de que yo pudiera siquiera intentar abrir mi puerta, ya estaba allí, ofreciéndome su mano con una caballerosidad que ahora nacía de la devoción, no de la obligación.
Entrar en la cabaña fue como dar un paso atrás en el tiempo, pero con una piel diferente. El olor a cedro y a hogar encerrado me golpeó de inmediato.
Alej