Capítulo 33. La verdad nunca llega cuando debería
No tenía intención de entrar al despacho de Alejandro. O al menos eso me repetí mientras empujaba la puerta, fingiendo que solo buscaba mi cargador o un libro… cualquier excusa estúpida que justificara mi curiosidad.
El despacho estaba en silencio. Sobre el escritorio, había algunos papeles, una pluma, su chaqueta. Pero lo que me llamó la atención fue otra cosa.
La alfombra, apenas movida.
Me agaché y entonces lo vi: la caja fuerte empotrada en la pared, disimulada detrás de un panel móvil. No estaba cerrada del todo. Quedaba una rendija abierta, como si la hubiera dejado así con prisa.
Metí los dedos y tiré suavemente hasta abrirla por completo.
Sobres, carpetas, documentos notariales. Identifiqué de inmediato el nombre de mi madre. El apellido que casi nunca pronuncio, porque duele.
Lo primero que leí me dejó sin aire:
“Herencia completa a nombre de Valeria Montenegro. Bienes, cuentas, propiedades, acciones.
Y Alejandro Cruz como tutor legal y administrador…”
Sentí una punzada calie