194. El frenesí
El aire en la suite estaba cargado de una intensidad que era abrumadora. Heinz, con movimientos fluidos y decididos, levantó a Ha-na en sus brazos como si no pesara nada, como si fuera la flor más ligera de un campo. Ella, sorprendida por su gesto, dejó escapar una pequeña risa nerviosa antes de rodear su cuello con los brazos. Su mirada, llena de una mezcla de deseo y ternura, la sostuvo mientras él iba hacia la habitación.
Ha-na venía de una familia coreana y japonesa con tradiciones conservadores y estrictas. Pero con Heinz Dietrich, toda su educación y valores temblaban. No quería contenerse, no deseaba ser rígida. Con él, su alma se liberaba y actuaba sin pudor, ni reservas. Sabía que con Heinz no había necesidad de tener miedo o precaución, porque él la amaba, la cuidada y la protegía como el ser más importante y valioso del universo mismo.
El camino desde el sofá hasta la cama era silencioso, pero cada paso estaba impregnado de una energía latente. Los ojos de Ha-na no se apart