—¿Por qué haces todo lo que te dice, Hee-sook? ¿Te tiene amenazado? —preguntó Heinz, mientras Ha-na y ella hablaban cerca de la ventana.—Tú eres el que debe estar con ella. Solo cumplo la orden de nuestro padre de atender a Hee-sook —respondió Hield con firmeza—. Dime algo, ¿te vas a casar con Hee-sook?—Por supuesto que no —dijo Heinz sin titubear—. He estado enamorado de Ha-na desde que era un niño. Ahora está conmigo, no voy a dejarla.—¿No te molesta si otro hombre está con Hee-sook? —preguntó Hield.—No, ella puede hacer su vida con quien quiera. Está en su derecho —dijo Heinz con normalidad.—Entiendo —dijo Hield. Era verdad lo que le había dicho Hee-sook.Ha-na y Hee-sook volvieron a la mesa. Hield y Hee-sook se mantuvieron en la empresa por un rato más, viendo como se desarrollaba la actividad en la compañía. En la junta directiva Heinz asumía el liderato, mientras Ha-na se mantenía a su lado, sirviéndole como una sobresaliente secretaria.El ambiente en la empresa estaba car
Hee-sook y Hield se marcharon luego. Hield siguió siendo su guía de turismo por la ciudad.El atardecer teñía la ciudad de tonos cálidos, proyectando sombras largas en las aceras y reflejando los rayos dorados en las ventanas de los edificios. Hield conducía con calma, mientras el tráfico comenzaba a disminuir. De vez en cuando, desviaba la mirada del camino para observar a Hee-sook. Ella, sentada en el asiento del copiloto, mantenía su postura altiva, con la espalda recta y las piernas cruzadas. Su perfil era elegante, casi esculpido, y los reflejos anaranjados del sol jugaban en su cabello oscuro, dándole un brillo que Hield encontraba hipnótico.Aunque trataba de concentrarse en manejar, su mente regresaba una y otra vez a los pensamientos que lo habían atormentado durante todo el día. ¿Por qué la idea de que otro hombre pudiera estar con ella lo irritaba tanto? Hee-sook no era suya, nunca lo había sido. Sin embargo, esa posibilidad le causaba una inquietud que no podía controlar.
El día llegaba a su fin, pero la mente de Ha-na estaba lejos de encontrar el descanso. Las palabras de Hee-sook seguían resonando en su interior, cada una como un eco persistente que no podía silenciar. "Me dijeron que tendría una cita con mi futuro esposo... Te invitaré a nuestra boda." Había intentado convencerse de que eran simples comentarios, tal vez incluso una provocación, pero la manera en que Hee-sook lo dijo, con esa mezcla de seguridad y malicia, la había dejado inquieta. A pesar de todo lo que sabía sobre Heinz y lo que compartían, una pequeña parte de ella no podía evitar sentirse vulnerada.Al despedirse de él en la oficina, había dejado un beso en sus labios, pero no fue el beso lleno de emoción que solía darle. Fue suave, casi distante, como si hubiera una barrera invisible entre ellos. Heinz lo había notado. Sus ojos la buscaron con algo más que sorpresa: había una pregunta implícita, una necesidad de entender qué había cambiado. Pero Ha-na, queriendo evitar más dudas
—¿Te ocurre algo, Ha-na? —preguntó Heinz, con seriedad.—¿Yo? No —respondió ella, disimulando su distracción—. ¿Por qué lo preguntas?—Has estado distraída desde la tarde —comentó Heinz.—No es nada, no te preocupes —dijo Ha-na, fingiendo una sonrisa de tranquilidad.—Ven acá —dijo Heinz con pasiva autoridad.Ha-na se puso de pie y caminó hacia él. Entonces, se sentó sobre el regazo de él.—¿Dime? —preguntó ella.—¿Cómo estás? —preguntó Heinz con serenidad—. Acerca de lo que pasó en tu boda. ¿Cómo te sientes?Ha-na se acomodó más sobre él, sintiendo la firmeza de su cuerpo bajo ella. Su proximidad la envolvía en una mezcla de seguridad y tensión, ese contraste que siempre había sentido con él desde que apareció abruptamente en su vida. La forma en que la miraba en ese momento, con sus ojos azul fijos en los de ella, hacía que una corriente de electricidad recorriera su piel. Había algo en su mirada que no podía desentrañar por completo, una mezcla de interés genuino, paciencia y algo
Heinz se había preocupado, pero ella había tomado la iniciativa. La cargó en su brazo y la llevó a la recámara. Cerró la puerta detrás de ellos con un movimiento decidido, creando un espacio aislado del resto del mundo.En sus brazos, Ha-na descansaba como si fuera el tesoro más preciado, pero al mismo tiempo se sentía fuerte y segura en la cercanía de su cuerpo. Su corazón latía con fuerza, casi al compás de los pasos de Heinz, resonando en su pecho. Ella lo escuchaba y lo sentía, cada latido un recordatorio de cuán profundamente conectados estaban en ese instante.El ambiente se llenó de una calidez tangible, no solo por la temperatura del cuarto, sino por la energía que fluía entre ellos. Heinz la depositó suavemente sobre la cama, y por un momento ambos quedaron quietos, mirándose a los ojos. No había palabras, solo la intensidad del contacto visual, un diálogo silencioso que parecía contener todas las preguntas y respuestas que jamás se habían atrevido a verbalizar. Ha-na sinti
El amanecer se filtraba a través de las cortinas, bañando la habitación en una luz suave y dorada. Ha-na despertó primero, aún envuelta en el calor del abrazo de Heinz. Por un momento, permaneció quieta, escuchando su respiración tranquila y sintiendo el peso de su brazo sobre ella. La calidez de esa cercanía le brindaba una extraña mezcla de confort y confusión. No había palabras que describieran exactamente lo que sentía, pero decidió no pensar demasiado en ello y disfrutar del momento.Heinz abrió los ojos y notó que ella ya estaba despierta. Sus labios se curvaron en una ligera sonrisa, y sin decir nada, se inclinó para besarle la frente. Fue un gesto simple, pero cargado de una ternura que rara vez mostraba abiertamente. Sin necesidad de palabras, ambos se levantaron, conscientes de que el día laboral ya estaba esperándolos.En el baño, compartieron el espacio sin incomodidad. La rutina compartida era fluida, casi coreografiada, como si hubieran hecho esto durante años. Heinz aju
El sol comenzaba a asomarse en el horizonte, bañando el lujoso penthouse con una luz cálida y suave. En la habitación principal, Ha-na se movía con la serenidad característica de sus mañanas, arreglando los pequeños detalles del espacio mientras Heinz se preparaba frente al espejo. Habían establecido un equilibrio cómodo en su rutina, una especie de danza silenciosa que hablaba de una conexión más profunda de lo que ambos estaban dispuestos a reconocer.Ha-na se acercó para darle el beso diario estipulado por el contrato, lo hizo con una moderación inusual. Sus labios rozaron los de Heinz de manera breve, casi desapasionada, como si un muro invisible la mantuviera contenida. Heinz notó el cambio de inmediato. Su mirada, siempre tan analítica, se posó en ella con curiosidad.—¿Ha-na? —preguntó él. Su tono era bajo.Ella desvió la mirada, fingiendo concentrarse en un pliegue imaginario de su blusa. No era que no quisiera besarlo como lo había hecho antes, sino que las palabras de Hee-so
En la tarde, en la empresa, Ha-na todavía sobre pensaba las cosas. Estaba con Heinz, todo había iniciado desde su boda fallida y se habían desarrollado por su contrato de besos. Ahora, sabía que él estaba prometido a otra mujer, Hak Hee-sook, otra mujer coreana. ¿Tanto le gustaban las asiáticas? Entendía la situación y la aceptaba, para él, solo era una aventura. Eso estaba bien, si era el rol que le daba, lo recibía con madurez.A la hora de la salida se arregló y entró a la oficina con sigilo, como muchas veces lo había hecho. Ya era como un acto de un criminal.La puerta del despacho se cerró con un leve clic tras Ha-na, aunque el sonido parecía resonar con fuerza en el aire tenso de la oficina. El sol de la tarde teñía la habitación con tonos cálidos, y la luz que se filtraba por las persianas dibujaba líneas irregulares sobre el rostro de Heinz. Él estaba absorto en los documentos sobre su escritorio, pero el leve crujir de sus pasos sobre el suelo lo hizo alzar la vista.El bril