Un suplente

—¿De qué quieres hablar? —preguntó Leonardo, observando la espalda de William.

William se giró de golpe, lo agarró por el cuello de la camisa y gruñó:

—¡Tienes mucho valor para preguntarme eso!

Antes de que Leonardo pudiera reaccionar, una fuerte bofetada le cruzó la cara.

Leonardo no devolvió el golpe. Se llevó la mano a la mejilla donde lo habían golpeado y comentó con calma:

—Mi rostro está asegurado. Si me vas a pegar, procura apuntar a otro lado.

La actitud indiferente de Leonardo, como si nada de aquello tuviera que ver con él, solo enfureció más a William, que comenzó a golpearlo una y otra vez, esta vez evitando la cara y centrando los golpes en el cuerpo.

—¿Cómo te atreves a venir aquí? —escupió William entre dientes—. ¿Con qué derecho quieres ver a Mariah?

Hasta entonces, Leonardo había permanecido como una estatua, impasible. Pero su calma finalmente se quebró. Con una expresión burlona respondió:

—¿Ah, sí? Si yo no tengo derecho... ¿entonces qué derecho tienes tú?

William
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