Los ojos de la señora Thorne estaban hinchados y enrojecidos, el rostro pálido; era evidente que había llorado toda la noche. Entró hecha una furia, señalando a Senna con rabia mientras la acusaba:
—¡Tú, mujer desgraciada, deberías haber muerto hace tres años! ¡No deberías haber vuelto! ¡Devuélveme la vida de mi Astrid! ¡Mi pobre hija, murió tan miserablemente!
Tobias y Maxime notaron su hostilidad y se levantaron enseguida, bloqueando la ventana donde estaba Senna.
Maxime señaló a la señora Thorne y, con voz de adulto, dijo en tono alto:
—Bruja vieja, no voy a permitir que maldigas a mi mamá.
—¿De dónde salió este mocoso salvaje? ¿Cómo te atreves a llamarme bruja vieja? ¡Niño grosero, maleducado, bastardo! —le gritó la señora Thorne a Maxime.
Senna se incorporó, acariciando suavemente la cabeza de Maxime. Su rostro se oscureció y su mirada se volvió helada:
—Maxime no es ningún mocoso salvaje. Es mi hijo, y solo necesita ser educado con quienes lo merecen.
La señora Thorne estaba fue