El mayordomo le agarró la muñeca, con una mueca de desprecio y burla en el rostro.
—Necia… ¿de verdad pensaste que nuestro joven maestro se casaría con alguien tan inútil como tú?
Astrid luchó desesperada, gritando con furia:
—¡Estás diciendo tonterías! ¡Edric vino personalmente a mi casa con los regalos de compromiso! ¿Cómo podría estar equivocado?
—Edric entregó los regalos, pero ¿alguna vez dijo explícitamente que eran para casarse contigo? —el mayordomo se burló, sin molestarse siquiera en mirarla.
Astrid recordó la escena cuando Edric, en nombre de Magnus, llevó los regalos a su familia. Su visión se oscureció al instante. En aquel momento, estaba demasiado abrumada por la alegría para pensar con claridad.
Pero ahora, con el recordatorio del mayordomo, finalmente comprendió que algo andaba mal. Sus piernas se debilitaron y sacudió la cabeza violentamente.
—No… No puede ser… Magnus no me haría esto…
—¿Vendida y aún sintiéndote satisfecha? Si quieres conservar aunque sea un hilo de