Los instintos de Luca le decían que los documentos que Alden había quemado eran cruciales—muy probablemente la prueba de sus crímenes.
Luca se levantó de golpe y ordenó con urgencia:
—Encuentren la forma de detenerlo de inmediato. Voy para allá ahora mismo.
Su asistente actuó sin dudar.
En ese instante, Alden los vio y trató de huir, pero el asistente, rápido de reflejos, le cerró el paso. Otros dos subordinados se lanzaron hacia él y lo inmovilizaron.
El asistente intentó apagar el fuego sin perder un segundo.
Al ver los fragmentos ennegrecidos de papel, una punzada de arrepentimiento le atravesó el pecho: habían llegado un paso demasiado tarde.
Ya no había forma de saber cuán importantes habían sido esos documentos.
No pasó mucho tiempo antes de que el sonido de sirenas policiales inundara el aire.
Alden se quedó paralizado, como si el mundo se le viniera abajo. Su expresión se volvió sombría, desesperada.
El asistente, a su lado, también quedó sorprendido; no esperaba que Luca hubi