La reconoció de inmediato. Tenía una vaga imagen de ella.
Si no le fallaba la memoria, era la mujer que había visto de compras con Javier Ortiz. Carmen Soto, creía que se llamaba.
Sofía Vargas recordó entonces la mirada repulsiva que le había dirigido Javier aquel día y sintió una oleada de náuseas.
Apartó la vista, perdida en sus cavilaciones.
«¿Acaso Carmen pretende vengar a Javier?», se preguntó.
Era casi cómico. No podía creer que alguien realmente apreciara a un tipejo como Javier.
Aunque, pensándolo bien, tenía sentido.
Probablemente, entre ellos dos solo existía un acuerdo de conveniencia, cada uno obteniendo lo que quería del otro.
Sofía sacudió la cabeza, decidiendo no darle más vueltas al asunto.
Justo cuando llegaba el gerente de proyecto, Sofía presionó la tecla Enter por última vez, hizo clic en guardar y dejó el archivo en el escritorio de la computadora.
—Sofía, ¿puedes venir a mi oficina, por favor?
—Claro, ahora voy.
Sofía se levantó y siguió al gerente hasta su oficin