La sonrisa de Lorena Vargas se desvaneció poco a poco. Volvió a mirar el jarrón que Eduardo le acababa de entregar y su semblante se tornó de confusión.
Y es que Alejandro también le había regalado un jarrón.
¡Idéntico al que le dio Eduardo!
—¿Pero qué significa esto? ¿Los dos regalaron lo mismo? —murmuró alguien entre los invitados—. Se supone que una pieza así, tan antigua, es dificilísima de encontrar. ¿Cómo puede ser que haya dos iguales?
—Yo he oído de ese jarrón, creo que solo existe uno, ¿no? Lo compró algún magnate por una fortuna en una subasta hace tiempo. ¡Es pieza única!
—Entonces eso quiere decir que uno de los dos tiene que ser falso, ¿no creen?
Valeria, al darse cuenta de la situación, hizo un gesto de disgusto.
—Mira, cuñado, no sé si tu carro y los demás regalos son rentados o imitaciones baratas, pero hoy es el cumpleaños de mi mamá. Al menos había que traer algo auténtico para mostrar un poco de respeto. ¿No crees?
—¿Cómo se te ocurre darle una falsificación a mi mam