Sofía tenía que seguir su camino. Tenía prisa por ir a comer, pues por la tarde tenía una cita con Mateo para ver a un cliente. No estaba de humor para perder el tiempo discutiendo con Daniel.
Pero en un abrir y cerrar de ojos, él la agarró de la muñeca y le dijo furioso:
—¿Por qué nunca me hablas ni con un poquito de respeto? He trabajado muy duro y estoy cansado, solo quiero hablar contigo.
—¡Que te quites! —Le dijo ella con dureza—. Está de no creerse, en serio. Y no me interesa en lo más mínimo saber cómo estás, ¿qué es lo que entiendes?
Su impaciencia era más que obvia; no se molestaba en ocultar el fastidio que le provocaba. Sin embargo, él había sufrido un fracaso tras otro en esos días. Además, las palabras de su padre, diciéndole lo brillante que era ella, no dejaban de resonar en su mente.
Ahora, su mirada no solo contenía un rastro de afecto, sino también una profunda admiración. Deseaba ser como ella.
—Pero… es que yo… solo quiero hablar.
Su tono suplicante le pareció una b