En su estado actual, Daniel no era más que un perro sin dueño, desorientado y sin propósito. No representaba una amenaza real, por lo que Sofía no sentía miedo, solo estaba harta.
Mateo, por su parte, comentó con tranquilidad:
—De todas formas, tenía que ver a unos clientes por la zona esta tarde, así que pensé en invitarte a comer. Aunque parece que llegué en un momento… complicado, ¿no es así?
Ella dirigió la vista hacia donde él miraba y se encontró con la expresión de incredulidad de Daniel. Ni en sus pensamientos más descabellados habría pensado que ella pudiera estar rodeada de hombres tan sobresalientes.
Lo analizó de pies a cabeza. La ropa, su porte y hasta sus facciones eran, sin lugar a dudas, superiores a las suyas. Pero la forma en que miraba a Sofía fue lo que más lo perturbó. Como hombre, sabía interpretar esa clase de miradas. Era la de alguien devoto, la de un hombre que mira a una mujer con un inconfundible anhelo de posesión.
Una mirada que él conocía a la perfección,