Aquel gesto de rechazo hirió a Daniel. No podía creerlo. Después de todo el esfuerzo que había hecho por Laura, de haberse sacrificado tanto, ¿lo primero que hacía al verlo era apartarlo de un empujón?
La miró con incredulidad.
—Laurita, ¿qué te pasa? ¿Ya no me reconoces? Mírame bien, soy yo.
Negándose a aceptarlo, se señaló la cara con el dedo, en un intento desesperado de que Laura por fin viera con claridad quién tenía delante.
Ella contempló su aspecto: la barba de varios días, el pelo revuelto, la ropa arrugada. Era asqueroso. El remordimiento por haberse conmovido momentos antes la consumió.
«De verdad que el hambre me estaba cegando, era capaz de conformarme con cualquier cosa».
¿Qué tenía de atractivo este hombre en comparación con el Daniel que ella había conocido? Absolutamente nada. Solo con ver su deplorable estado actual, era obvio que estaba a años luz de lo que fue.
—Claro que sé quién eres —respondió ella, con un tono cansado—. Ya, cálmate, no hay por qué ponerse así.
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